Con Carmen Alborch compartimos estudios universitarios, rebeldías juveniles, gazpachos vecinales («Toc, toc,? truqueu amb el puny, passeu», dibujo en cómic de Josep Vicent Marqués, colocado con chincheta en su puerta contigua) veranos ibicencos, navidades blancas, inquietudes generacionales, amor por la cultura, su pasión por la vida. Carmen, vitalista total, busca siempre dar contenido a la vida, en acertada concepción de Pepe Mujica. Trabajadora infatigable, y lúcida como pocos, recuerdo recibir la alegría de su nombramiento en el Ministerio de Cultura, con aquel, sucinto y expresivo, «¡Olé Carmen!», a toda plana, inserto en los medios, por Jordi de Lama.

Tras su salida del Gobierno, Carmen nos obsequió con Solas, Malas y Libres, en una apuesta consecuente de feminismo; con La ciudad y la vida, en lo que pudo ser y no fue la València de entonces, la ciudad en la que vivimos y sobre cómo quisimos vivirla; y con Los placeres de la edad, reconfortando a quienes, como ella, queremos disfrutarla.

Cuando Carmen Alborch repasa su vida aparecen muchas de las inquietudes y frustraciones de nuestra generación. Las alegrías por los logros conseguidos y las decepciones por los fracasos sufridos, en unos años en los que nos dimos de bruces con la realidad, sin abandonar la utopía, ni detenernos en el camino. Carmen nunca dejó València; aun trabajando en Madrid, su poliédrica personalidad -universitaria, política, escritora- le permitió mantener sus amigos de siempre, ampliándolos en cada nueva oportunidad sin abandonar nunca sus ideas, como en su reciente cumpleaños, hace poco celebrado, se volvió a poner de manifiesto en un ambiente de fraternidad entre los que allí nos reencontramos.

Carmen suspira por la implicación de los ciudadanos en la sociedad que queremos, donde el desarrollo no impida la atención a los dependientes, el cuidado a los ancianos, el progreso social, cultural y económico. La sociedad por la que Carmen trabaja es la que responde a las demandas de sus ciudadanos, con la cultura que cuestiona sobre la realidad que nos rodea, con la ciudad para vivir, para ser partícipes de ella.

Una ciudad con una sociedad que desarrolla los valores que permiten dotar de verdadero contenido a la vida. Implicada socialmente con su generación, lo es con las mujeres y con la cultura como instrumento de libertad ¿No es acaso este el mejor legado para las generaciones posteriores? Por ello, Carmen Alborch es toda una referencia para su universidad y para su ciudad, de su tiempo, y de sus amigos, portavoz cualificada de los valores que hacen mejor nuestra existencia. ¡Qué mejor manera que recordarlo ahora, recién celebrada su onomástica!