La picaresca, entendido desde un punto de vista literario, fue un género novelesco que se desarrolló en España durante los siglos XVI y XVII, y que como señalan muchos autores, fue circunstancial al peculiar espíritu español y nos define como sociedad, incluso hoy en día, donde de una forma más coloquial podemos atribuirlo a esa picaresca, pillería o simple caradurismo con el que funciona una parte de la clase política de nuestro país.

La corrupción, el quererse aprovechar del cargo que uno ostenta o el más moderno cohecho impropio, concepto penal poco usado hasta que lo puso de moda el Partido Popular, son distintas formas vulgarizadas con las que se manifiesta actualmente esa pillería en el ámbito de lo político, siempre manteniendo un difícil equilibrio entre legalidad, licitud y moralidad.

Lo que está ocurriendo con el máster presuntamente regalado a Casado o Cifuentes, así como el inflado de los currículums de nuestros representantes, que los hay de todos los colores del arco parlamentario, son ejemplos de lo más pueriles, donde podemos ver hasta qué punto son capaces de querer instrumentalizar el poder en su propio interés para conseguir prebendas o regalos, aunque éste sea por puro ego personal y se cuelgue en la pared de un despacho.

En esa misma línea, no podemos olvidarnos del despilfarro del que hace gala el parlamento valenciano, y que ha denunciado en innumerables ocasiones Levante-EMV. Los políticos, incluso aquellos que paseaban el discurso de la casta en todas sus intervenciones, parece que se han subido al carro de una clase política viciada, endiosada y fuera de la realidad que viven sus ciudadanos, donde se utilizan las instituciones para beneficio propio, aunque sea de manera lícita en estos supuestos, pero indiscutiblemente con muy pocos visos de moralidad.

El descontrol de las dietas, el pago injustificado de kilometraje, las autopistas gratis, la adquisición de ordenadores y iPhones con un coste millonario, o más recientemente, los sillones para sus señorías con un precio de más de dos mil euros, no son noticias de la pasada legislatura, sino que siguen perteneciendo a la aptitud despótica con la que se malgasta el dinero público de todos los valencianos y valencianas. Para muchos es la nueva picaresca política con la que se funciona en el siglo XXI, donde existe un estamento privilegiado que se autoconcede considerables beneficios por el mero hecho de ostentar un cargo.

Como indicaba el Tribunal Supremo en la sentencia del caso Gürtel respecto del cohecho impropio, lo que se pretende es evitar el reproche por un incorrecto modo de ejercer las funciones públicas, con arreglo a la norma cultural vigente y el Estado de Derecho. Así, ya sea desde la licitud o no de la actuación que se trate, no cabe duda de que la picaresca y el caradurismo han sido y serán una seña de identidad que nos define, la cual resulta peligrosa cuando se entremezcla con la política.