Tallin es una ciudad de cuento, con murallas, bellas iglesias, palacios renacentistas y un ayuntamiento gótico. Desde sus torres es posible admirar el perfil de la ciudad, destacando la parte alta, Toompea. Y hacia el este el parque Kadriorg y sus museos. Añadir la farmacia en funcionamiento más antigua de Europa.

Cerca de Tallin, encontramos Rocca al Mare, donde se puede conocer la vida rural de los siglos XVIII y XIX. Me resultó particularmente interesante porque esa vida quedaba muy determinada por el clima. Para empezar las casas están elevadas del suelo, creando una capa de aire aislante para preservar las estancias de la humedad. No es Estonia, a orillas de un mar frío como el Báltico y con un clima continental, un lugar especialmente húmedo. La media de Tallin es de 653 mm, Dfb, la versión continental del clima típicamente británico, con medias mensuales por debajo de -3ºC. Pero con una media anual de apenas 5´1, es fácil que la humedad permanezca en el ambiente y que incluso se congele en invierno. En primavera, llega el deshielo y el barro.

Las casas quedaban delimitadas por vallados, hechos con madera, pero con una curiosidad: los troncos estaban inclinados, con el objetivo de evitar la acumulación de nieve. Estaban unidos con juncos que anudaban los niños, con manos más pequeñas para tal labor. Los juncos vuelven a aparecer en las casas, pero esta vez en la parte superior, en las techumbres. Los tejados no son de paja sino de varias capas de juncos. Dos elementos a favor: primero, su mayor resistencia, puesto que este material tenía una pervivencia de hasta 200 años, muy superior a los 50 de un tejado de paja; por otro lado, su abundancia, en un país donde la última glaciación dejó un relieve llano con morrenas elevadas, donde el agua abundante ha formado lagos.