Hablar del tiempo suele ser una modalidad de conversación que se utiliza en nuestra vida diaria. Sabemos que es un recurso utilizado en diversas ocasiones, en un ascensor, en una conversación informal, con conocidos o desconocidos, e incluso cuando alguien está aprendiendo un idioma y quiere perfeccionar su vocabulario. Es un tipo de conversación que no dice nada de uno mismo, que se dan opiniones sin generar conflicto y que no se pierde nada por hablar del tiempo.

Pues hablando del tiempo llegamo a septiembre, un mes caracterizado por el retorno al trabajo, la vuelta al colegio, los pagos y el sentimiento de melancolía por dejar atrás unas vacaciones. Era curioso ver como el primer día de este mes, todos los informativos televisivos, medios de prensa y redes sociales hablaban de lo mismo: el cambio de hora, el tiempo. Se nos invitaba a reflexionar sobre la conveniencia, o no, de cambiar nuestro reloj en diversos períodos, sobre el debate que en toda Europa se daba ante esta medida. Y allí estábamos todos pensando y opinando sobre el tiempo, sobre el cambio de hora. Un cambio que, por cierto, no se realizaría este año, ni el otro, ni el siguiente. Eso había que pensarlo con tiempo, dando tiempo. Crear un grupo de expertos y luego decidir. Y claro, ¿para qué tanto debate si no se va a cambiar por ahora la hora?

En esas discusiones y opiniones estamos, cuando una se da cuenta de que, mientras hablamos del tiempo no se habla de otra cosa. Otra cosas que nos deberían interesar más, pero que al gobierno de Pedro Sánchez no le interesa. Y claro, el tiempo es oro, como el que en forma de sueldo vitalicio se le asignará por ser el presidente del Gobierno con 84 diputados.

Para Sánchez hay que ganar tiempo. Tiempo para afianzarse en el poder. Y con ese pasar el tiempo llevamos más de 3 meses. Tres meses de tiempo perdido, de empleos perdidos. Con tiempo para hablar de modificar el IRPF y cambiar de opinión.

Tiempo cambiante, como decir que no a la defensa de un juez en Bruselas y luego cambiar de opinión.

Tiempos difíciles para los vehículos diésel y sus miles de conductores, autónomos, asalariados y pequeños empresarios. Ahora hablamos de medir los tiempos para aplicarlo.

Tiempos para desenterrar el pasado, los tiempos pasados.

Tiempo imperfecto, como el tiempo de colar balones a una ministra con publicaciones en el BOE de un sindicato, con tiempo para querer rectificar y pedir dimisiones.

Tiempos convulsos en Cataluña, de los que este gobierno no quiere saber nada y no parar a tiempo la escalada de violencia de símbolos. Tiempo para aplicar el 155 pero que no se hace por mirar a otro lado, por no estar a tiempo.

Tiempo para viajar a costa del pueblo, a llegar en helicópteros, en avión, a sentirse el dueño del mundo.

Y claro, mientras tanto, hablaremos el tiempo, del cambio horario, de la conveniencia o no, de si llueve o hace sol.