« Ja no hi ha mots per a dir que els mots ja no són mots/ I tot just si guardem la paraula». J. V. Foix (´Darrer Comunicat´, 1935)

Pasado, sin pena ni gloria, el debate general de la Comunitat Valenciana, comandado por Ximo Puig, se aproxima un 9 d´Octubre que amenaza tormenta. El de 2017 fue una patética vuelta atrás. Al nivel de los peores episodios de la Batalla de València, con el sello de M.Consuelo Reyna y Fernando Abril Martorell. En los albores del celo electoral, la conmemoración de la victoria de Jaume I, rey de Aragón, sobre las huestes sarracenas afincadas en València, plantea la disyuntiva de poderío entre la ciudad y el reino. ¿Prevalece la Senyera capitalina o el Penó de la Conquesta? De ahí provienen nuestros males. Los festejos de sant Dionís, con «piuleta i tronador», acabaron el año pasado a palos. ¿Será nuestro destino?

Complejidad. Se decidió, hace años, que convenía recrear el pasado sobre las bases de lo que nunca ocurrió. Y salieron las brujas, los anatemas, los sambenitos y los rescoldos del Santo Oficio. Los valencianos deben decidir el futuro sin perseguirse unos a otros, con la ayuda de innobles paracaidistas foráneos. Los fantasmas actuales son el catalanismo, los populismos, el separatismo, los nacionalismos -¿y el español?- o la demagogia, sazonados -como en un aquelarre- con malevolencia y oportunismo electoral. Los valencianos han de decidir si prefieren morir por la guerra o vislumbrar el porvenir sin enfrentamientos cainitas.

Confusión. Desde el movimiento de indignación de 2015, el mundo se transforma. España y el País Valenciano no permanecen ajenos a la convulsión. Las corrientes de opinión no son estables ni se anquilosan. Siguen un proceso en el que, ciudadanos y sociedades, no se involucran. Se adaptan a él o caen en la involución. Populismos, xenofobias y nacionalismos son vertientes ideológicas que marcan el nuevo tiempo. Hay nacionalismos abiertos y otros, excluyentes, de cerrazón y aislamiento. La demagogia no ha de ser necesariamente negativa y los nacionalismos están detrás de la mayoría de Estados que conforman el mundo contemporáneo. Hay demagogia honorable y demagogia indecente. Todo líder es demagogo por definición. Si la democracia es el poder del pueblo, la demagogia persigue conducir a los pueblos, con buen o mal fin.

Todo cambia. Los valencianos tienen derecho a vivir en paz. Su claudicación le ha llevado a dejarse colonizar ideológica, política, cultural y económicamente por personajes advenedizos que sólo piensan en su interés. Mala fe, ignorancia, incultura, desconocimiento o frivolidad, han configurado un clima que, más allá de la contienda entre partidos políticos, implican miseria moral. En la Generalitat gobierna una entente -Pacte del Botànic 2015- que fraguó la coalición de fuerzas progresistas y van a la confrontación con quienes, ajenos a que el mundo cambia, están empecinados en regresar al pretérito. El pasado quedó sepultado en 2015 y no volverá. El Estado español sufre una crisis política y de identidad que impide enfocar el futuro en positivo. Depende del conjunto español para restablecer el equilibrio que se perdió con la Transición a la democracia que, para los valencianos, no fue benefactora ni pacífica. Erraron, una y otra vez, condicionados y explotados por quienes traicionan los intereses del País Valenciano para favorecer los suyos.

Purga. Quienes vivieron y padecieron la gestación de Unión de Centro Democrático -que engulló en su seno los grupúsculos valencianos de centro liberal y raíces democráticas —tienen la convicción de que si a la urdimbre civil superviviente del franquismo, se les hubiera permitido influir y orientar, el País Valenciano actual sería diferente y más esperanzador. Aquellos personajes relevantes, líderes del momento, entre los que se encontraban Joaquín Maldonado Almenar y su hijo Joaquín Maldonado Chiarri, Francesc de Paula Burguera, Ricardo Fuster, Martín Domínguez Barberá, Vicente Ruíz Monrabal, Josep Maria Soriano Bessó, Francisco Domingo Ibáñez, Alfredo Serratosa Ridaura, Ignacio Villalonga, José Antonio Noguera de Roig, Luís Suñer, Joaquim Reig Rodríguez, José Maria del Rivero Zardoya, Federico Lis Ballester, José y Joaquín Duato, Joaquín Muñoz Peirats, Enrique Silla, José María Simó Nogués, Ramón Cerdá Garrido, Alfredo Arlandis, Luís Font de Mora Montesinos, Juan Antonio Cervigón, Vicente Iborra Martínez, Ricardo Cardona Salvador, Francisco Corell, Alvaro Faubel, Enrique Martínez Mortes o Vicente Montaner, entre otros.

Dignidad. Personas honorables que no cayeron en la concepción patrimonial del poder. Uno a uno fueron arrinconados o abducidos por la rancia derecha valenciana que ambicionó gestionar el presente y el futuro, mediante la recuperación de los tics autoritarios del pasado. Todo bajo una misma mano intolerante. Involución reaccionaria, con los efectos que se observan. La socialdemocracia, víctima de su posibilismo proverbial—tal como denunció en el Paraninfo de la Nau el historiador Josep Fontana en 1995-- y ajena a cuanto se avecinaba, prefirió ponerse de perfil. Creyó que no era su guerra y que se salvaría. Se equivocó una vez más. Todos o nadie.