La puesta en escena de Vox el domingo en Vistalegre ha roto por completo los esquemas. Hace tiempo que venimos observando el avance de la extrema derecha en Europa, creyendo que lo hacíamos como espectadores de una función que no nos iba a afectar. Probablemente, el hecho de que mayoritariamente la vieja guardia franquista, de una forma u otra, se ha venido cobijando bajo las faldas del PP, ha alimentado esta idea, facilitando que no le prestemos la suficiente atención a este fenómeno social y político que, por desgracia, parece encontrarse en fase de crecimiento y expansión. De hecho, Vox ha abierto un espacio en la extrema derecha que apunta a una potencial contienda con el PP por esta parte de su tradicional electorado.

Nos enfrentamos a una nueva realidad que asusta cada vez más, que utiliza el miedo y la desesperación que puede llegar a sentir la gente en el contexto de la crisis económica para trabar el discurso del racismo, la xenofobia o el machismo. Un discurso que, por desgracia, está calando en la sociedad filtrándose como esa lluvia fina que parece que no moja, que no encharca y, sin embargo, va penetrando la tierra casi sin darnos cuenta.

Una ola extremista que traspasa las fronteras europeas, habiéndose instalado en Estados Unidos mientras avanza en Latinoamérica. Un monstruo que no para de crecer desde la negación de la política como expresión ética y que tiene nombres propios: Mateo Salvini y Marine Le Pen -que acaban de presentar un proyecto común para las elecciones europeas de 2019 llamado Frente de la libertad-, Donald Trump, Jair Bolsonaro en Brasil y ahora Vox. Son los efectos de la globalización.

Se presentan como salvadores frente a la idea del fracaso de la política, creando falsos escenarios de esperanzas y soluciones a partir de la construcción de identidades excluyentes que sirven para cimentar el relato fascista desde el populismo. Lo que tenemos delante no es una cuestión menor. Sin duda, desde la política se cometen errores. No obstante, esta negación de la política es mucho peor porque puede conducir a la ausencia de la misma para acabar siendo una tragedia. Es la historia la que nos los recuerda.

En la otra orilla, afortunadamente, la esperanza se vislumbra partir del feminismo. La eclosión del movimiento #MeToo, que hizo tambalear Hollywood como consecuencia de numerosas denuncias de abusos y acosos sexuales, la manifestación multitudinaria contra la misoginia de Trump tras tomar posesión como presidente, la ola feminista que en mayo pasado salió a la calle en Chile contra la educación sexista y la violencia de género, las recientes manifestaciones masivas de mujeres en Brasil contra la ultraderecha de Bolsonaro, son el inicio de una nueva etapa en la cual, el papel de las mujeres va a ser fundamental a la hora de hacer frente al peligroso neofascismo que viene. En Europa, el ejemplo lo dimos nostras con la masiva primera huelga feminista en marzo del año pasado.

Democracia y feminismo se escriben con igualdad. La primera es la igualdad formal, la que otorga iguales derechos y libertades. La segunda, es la lucha porque la igualdad entre hombres y mujeres sea una realidad.

En el actual contexto en el que la democracia se enfrenta al desafío de la ultraderecha, cada vez que el feminismo sale a la calle a reivindicar mayor igualdad, lo que en realidad está haciendo también, es defender la democracia. Es el liderazgo de las mujeres el que está haciendo frente a la desigualdad que representa la aterradora ola política.

La defensa de la democracia frente a la ultraderecha será feminista.