El mismo día que Carolina Punset, hacía pública una carta a través de la cual manifestaba su intención de abandonar Ciudadanos, conocíamos que, unas semanas antes, Albert Rivera se había negado a pasar un control de seguridad en el aeropuerto de El Prat. Dos ejemplos que contrastan, o colisionan, desde un mismo punto de partida político.

En el escrito hecho público por la eurodiputada, se esgrimen una serie de razones con las que viene a justificar su salida de la organización. Argumentos como que han dejado de ser el partido de la ciudadanía, el viraje nacionalista «españolista» tras la crisis soberanista -llega a decir que «te riñen» por hablar con Puigdemont- la deriva machista del partido y el acercamiento de posturas con «Hazte oír», el apoyo a la gestación subrogada, y, sobre todo, la abdicación ideológica de los postulados socialdemócratas para ubicarse en posiciones muy de derechas, así como, el hecho de no haber apoyado la moción de censura contra Rajoy. En definitiva, lo que de alguna forma viene a decir Punset es que se habría visto en la necesidad de dejar el partido como consecuencia de la derechización ideológica del mismo. En cualquier caso, no deja de ser una forma de dar ejemplo con la que se podrá estar más o menos de acuerdo.

Es cierto que Ciudadanos ha sufrido una importante mutación política desde sus orígenes hasta hoy, como también lo ha hecho el propio Rivera. Poco, o nada, queda de aquel joven político que posaba desnudo en los carteles electorales, simbolizando un pretendido valor de transparencia política a través de un candidato que no tenía nada que ocultar, haciendo creer que lideraba un partido libre de cargas.

Sin embargo, cuando han pasado ya más de diez años y tras haber entrado en la política nacional por la puerta grande viniendo de la nada, aquel joven político es hoy todo un aspirante a la presidencia del Gobierno que a la primera de cambio, se niega a pasar un control rutinario de seguridad en el aeropuerto, dejando atrás aquella figurada claridad política, para dar paso a la más absoluta opacidad, pasando de presentarse sin ropa ante la gente a sentirse por encima de los demás. ¿Acaso, usted o yo podríamos negarnos a pasar un control? Ese ha sido el ejemplo de Rivera, justo lo contrario de lo que se espera de un servidor público.

Y, al hablar de ejemplos, no es posible omitir el que está dando en los últimos días el Tribunal Supremo a colación de la polémica surgida como consecuencia de la decisión de revisar la sentencia sobre el pago del impuesto de las hipotecas. Algo que, está suponiendo un duro golpe a la credibilidad de la justicia. Una decisión que se viene interpretando como una forma de proceder por parte del Alto Tribunal en beneficio de los intereses de la banca. Una situación que, debería servir para abrir el debate acerca de la forma de designación de los miembros de ciertas cúpulas del Poder Judicial. Fundamentalmente, por aquello de la propiedad transitiva que se genera por el hecho de que las Cortes Generales elijan a los miembros del Consejo General del Poder Judicial y éstos a su vez, sean quienes designen a los Magistrados del Tribunal Supremo.

Probablemente, ese debería ser el debate de fondo.

Es una pena que este tipo de acciones al más alto nivel, tanto en el ámbito judicial como en el político, acaben empañando la actuación de dos poderes que son ejercidos a diario por muchas personas de forma ejemplar, favoreciéndose con ello que crezca el descrédito social.