Estaba yo viendo un informativo en la televisión, cuando apareció el periodista Carlos Amor entrevistando a un poeta y nombrador, creo que Fernando Beltrán. A él le atribuyó la autoría de la palabra «escrivivir» para nombrar a los que escriben y viven, a los que viven escribiendo o escriben la vida, lletraferits. La cosa no tiene la menor importancia, porque estas autorías no tienen premio ni castigo y porque las palabras, como el aire, son de quien las respira, pero sí quiero que sepan que este Escrivivir tiene otro padre y nació en otra casa de citas: se lo robé a Julián Ríos, el autor de Poundemonium y Larva, hace casi 40 años, como ya reconocí in illo tempore. Al césar lo que es del césar, y para mí el usufructo.

El tema de la autoría no sólo sale en la tele, también en el cine. Ahora mismo echan dos películas -La buena esposa y Colette- donde se cuenta la historia de dos negras literarias, pero no literales: la una ficticia y la otra no. (La verdad es que en el caso de Colette sería mejor hablar de merienda de negras, porque así como todos saben de ella y algunos hasta la han leído, nadie sabe, sin embargo, dónde está Willy, su parásito marido). Ya, después del cine, el tema de la autoría me llevó a los periódicos y al artículo que el escritor mallorquí José Carlos Llop publicó aquí el jueves. Allí se «rompía una lanza a favor de la literatura a secas» animado por la circunstancia de que las instituciones han premiado, a la vez y «no al azar», a cuatro mujeres: Almudena Grandes, Antònia Vicens, Francisca Aguirre e Ida Vitale. Dice, con razón, J. C. Llop que «en literatura la calidad es el único valor» y que esa calidad no se fundamenta en el sexo del autor. Claro y coño: si yo fuera una de las premiadas estaría un poco mosca. Al contraponer en su defensa de «la literatura a secas» el hecho de que cuatro mujeres hayan sido premiadas, deja abierta la interpretación de que éstas no lo han sido por su calidad literaria, por ser mejores, sino por ser mujeres. Sin embargo, lo contrario es más probable: es su mérito lo que las llevó al reconocimiento. Y es que el problema con la calidad y el mérito es que, cuando lo encuentras, también depende de dónde lo hayas buscado. Añadamos, como todos saben, que el reconocimiento de un premio no sólo depende de la calidad o del mérito, sino también de la voluntad y el poder de quien decide autopremiarse premiando: son los premiados los que premian al premio.

(Hablando de nombradores: ¿quién nombró Black Friday o Black is Black a este jubileo de la ansiedad obsesivo compulsiva, o quién bautizó con supermartes a esa chaparrona madre de todas las elecciones que nos dejará 150 papeletas por metro cuadrado? Y ¿qué fue de la posverdad, esa perniciosa mentira acerca de que todos mienten? O, ¿cuál es la palabra de este año? ¿Eh?)