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Tótem y tabú

Las únicas banderas cuya aparición saludo alborozado son las banderitas de verbena. Al señor Dani Mateo ya lo han presentado ante el juez por hacer su trabajo de payaso: sonarse los mocos con la enseña nacional. Si eso les parece terrible sepan que un autor valenciano escribió un relato en el que a un chaval se le suelta la tripa y acabada la operación, acometida a oscuras, se limpia con lo que encuentra a mano, una bandera. Sin saberlo, eh.

No diré el nombre del escritor o el título de la obra, porque el derecho a administrar la temeridad es intransferible, pero atenderé, gustosamente, cualquier consulta evacuada, con perdón, por conducto privado. Perfume de clandestinidad: si es que estás tan a gusto y llega alguien y te planta una bandera, un manifiesto. Ahora es posible buscar, si necesario fuera, materia delictiva en la lengua del bufón, pero por mucho que se empeñe cierto sindicato policial que ha prometido perseguir a Mateo hasta la extinción de los textiles, lo suyo se parece a denunciar a los incestuosos de las novelas, a los terroristas del cine y a los conspiradores de las telenovelas. Un poco de seriedad que va de coña.

En mi pueblo, no sé en el de ustedes, el abanderado no destacaba ni por sus títulos ni por sus desempeños, pero si por su versatilidad. Además de cargar con enseñas religiosas y profanas, hacia de macero y bailaba en la procesión lo mismo de gigante que de cabezudo. Una vez me confiaron a mi la bandera de la falla y como quiera que los falleros más jóvenes me tiraban petardos a los pies, yo me mantuve impávido para demostrar mi temple. Si es lo que yo digo: te dan una bandera y te entrar ganas de ocupar el pasillo de Danzig.

Acoquinarse ahora sería peor que un crimen. La libertad de expresión está para criticar todas las cosas de la tierra y del cielo y hasta las del señor de los dos mundos. Otra cosa no seria libertad, aunque he de reconocer que los quilómetros de barras y estrellas exhibidos por los soberanistas catalanes, han tenido como efecto pavloviano leguas de percalina real. Y ahí seguimos, en la tribu.

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