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Réquiem por Podemos

Al parecer, todos los observadores cercanos a los dirigentes de Podemos vaticinaban desde hace tiempo el definitivo cisma podemita que se acaba de precipitar. Eso al menos vienen diciendo los tertulianos y analistas de los medios a las pocas horas de la hégira de Íñigo Errejón, 35 años y cara de niño, camino de la Puerta del Sol.

Politólogo de universidad, joven de verbo fácil y volantinero, autor de una parte importante del ideario de su partido al que aporta el concepto de transversalidad o de radicalidad democrática, uno de los héroes intelectuales indiscutibles del 15-M, Errejón, sometido por Pablo Iglesias y los leales iglesistas, guardaba un ruidoso silencio mediático desde el congreso conocido como Vistalegre II. Algo rondaba por esa cabeza, desde luego, y a lo que se ve todos lo barruntaban menos Iglesias.

Demasiados frentes para Pablo Iglesias Turrión en los últimos tiempos, cuya serie de acontecimientos biográficos, públicos y privados, han convertido su vida en una montaña rusa.

Primero tuvo que jubilar de la política a su íntimo Juan Carlos Monedero para que no le salpicara la vía venezolana; luego cambió de novia, despechando a Tania Sánchez, que no se lo perdonaría, sumándose a la causa errejonista; negó la investidura de un socialista insultando la memoria del felipismo con el numerito de la cal viva en el Congreso para, más tarde, reinventarse auspiciando a Pedro Sánchez como presidente; elevó a su nueva pareja, Irene Montero, a la portavocía parlamentaria en una nepotista maniobra de corte napoleónico; y con ella adquirió un chalet hortera en la sierra madrileña con piscina y casita de invitados réprobas.

No cabe duda que Iglesias es un político leído, lo que no es muy frecuente en estos tiempos, pero se ha sobrevalorado a sí mismo y está a un paso de firmar el finiquito. A su imaginario pertenecen ideas brillantes como el uso del vocablo casta para definir a la funcionarizada clase política reciente, o la recuperación del concepto de turno para señalizar cualquier intento de acuerdo perpetuador de la hegemonía del PP y el PSOE. Por el camino, ha perdido el feeling político con Manuela Carmena y casi seguro que también con Ada Colau y Mónica Oltra. Otras compañeras de viaje como Carolina Bescansa o Rita Maestre hace tiempo que se bajaron del proyecto.

Cuesta decir nada más sobre Iglesias después de leer el pasado viernes en estas mismas páginas la diatriba del filósofo José Luis Villacañas, un kantiano de presente errejonista, que se despacha a gusto tildando a Iglesias y su aparato de jerarcas «de hierro», «sádicos institucionales», o «retóricos melodramáticos con latiguillos sin vida». Queda rematadamente claro que la convivencia entre los dos líderes era, es y será imposible.

Uno de los comentaristas que con mayor celo ha seguido la irrupción y trayectoria de Podemos, el catalán Enric Juliana, con quien el propio Iglesias venía de hacer bolos por España presentando un libro-diálogo entre ambos, ya da por perdida la batalla de Madrid para la izquierda, subrayando en sus comentarios la falta de realismo político del grupo de «profesores universitarios» que auspició el surgimiento del movimiento podemita.

También resulta evidente que la entrada en erupción de la cúpula de Podemos va a provocar un tsunami en el seno de la izquierda, la española y también la periférica, y que sus efectos electorales y de gobernación de cara a la próxima primavera van a ser notorios. Con tan poco tiempo por delante, es difícil que vuelva la calma al seno de las mareas, asambleas y acampadas que habían nacido en la orilla izquierda de la socialdemocracia. Incluso IU se debate en un mar crónico de disidencias.

La lucha faccional es una característica sempiterna de la izquierda contemporánea. Forma parte consustancial al relato moralizador y utopista de la misma. De ahí que no sea nada fácil disponer de una organización política disciplinada, y los intentos por dotar de orden a la radicalidad fácilmente derivan en purgas y expulsiones. Ese, una vez más, ha sido el pecado cometido por Pablo Iglesias y los suyos en su intento por botar un nuevo proyecto para la izquierda actual tras el final del comunismo «democrático».

Pablo Iglesias prometía asaltar los cielos, hacer realidad el canto adolescente de l'Estaca, un nuevo modelo de partido basado en devolver el poder a los soviets podemitas, crear una nueva España basada en multiplicar el derecho a la autodeterminación de todos los pueblos del país, ser centro y periferia a un tiempo, simpatizar personalmente con el Rey y a la vez proclamarse republicano€ y todo ello mostrando día a día que su partido se ha convertido en una autocracia, la suya, incluyendo la farsa de la consulta sobre el chalet en la sierra de Galapagar.

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