Que a una le mutilen los genitales, en nombre de la cultura propia y del buen futuro (¿como mujer?), cuando apenas tiene 7 días de vida es tan terrible que ni que decirlo tiene. Eso le hicieron a Aminata Soucko, una mujer de la cabeza a los pies, nacida en Mali (uno de los ¡30 países! que hacen de la mutilación su seña de identidad) hace 31 años y que ahora dedica su vida a ayudar en València a otras africanas en el difícil tránsito de la reconstrucción (cuando es viable). Pero, siendo terrible, lo es más la absoluta serenidad con la que Aminata cuenta a la cámara, con un esbozo de sonrisa, la macabra realidad de nacer niña en alguno de esos países. La mutilación genital femenina, no nos engañemos, es una de las formas más crueles, salvajes y despiadadas de someter a la mujer, en nombre de una perspectiva de (no) vida que, ¡oh, casualidad!, ninguna cultura del mundo, al menos que yo sepa, invoca en contra del hombre. ¿Se imaginan un pueblo que cercenase el placer a los hombres mutilando sus genitales y recosiendo los despojos sin anestesia bajo el paradigma de controlar la infidelidad o mejorar su esencia masculina? Yo tampoco, la verdad.