Nuestra maestra Celia Amorós, referente de tantas, denunció en 2017 a tantos «salomoncitos que pululan por las instituciones de la sociedad patriarcal dictaminando en las cuestiones que afectan a las mujeres». Su análisis sigue vigente como toda su intensa obra. Diría que la plaga de «salomoncitos» se expande y quien esto firma no da abasto para responder a tanta indigencia mental, sea el caso del Papa Francisco -se decía moderno y me da un ataque de risa- o el del nieto de Pablo Picasso, por referirme a varios miserables de gloriosa actualidad. El patriarcado se rearma: la batalla campal mediática, alentada por estúpidos de nota, da un plus de activismo a las feministas -me sumo a su causa- para dignificar el pensamiento y evitar que la basura ideológica escupida por estos señoros no alcance a la ciudadanía.

El Papa Francisco asegura que «todo feminismo acaba siendo un machismo con falda». Tal exabrupto deviene un gesto violento contra la democracia y la dignidad de tantas mujeres que sacrificaron su vida en pro de la igualdad. Ignora (o desprecia) este hombre que feminismo, democracia y Derechos Humanos se funden en el objetivo común de dignificar el mundo, algo que consiguen sin el poderío capitalista del Vaticano. La diferencia entre una feminista y el Papa radica en que la primera lucha a pie de calle, a pleno pulmón, en defensa de tantas mujeres y niñas explotadas en el planeta. El «salomoncito» de Francisco, en cambio, pregona desde su poltrona. Ante la ignominiosa pederastia de su Iglesia escupe una frase de baratillo y, ¿qué más? ¿Esa es su aportación intelectual a la violación, vejación y maltrato de tantos niños y algunas niñas entre sus correligionarios?

Otro misógino: Picasso. Su nieto escupe: «Fue un gran feminista». Marina, también nieta del pintor, escribía en Picasso, mi abuelo (Plaza y Janés): «tenía una relación destructiva y perversa con las mujeres. Las utilizaba como materiales u objetos y no como seres humanos». ¡Cuánto «salomoncito» que pronuncia el nombre de la diosa feminista en vano! El caso es distraer al personal, confundirlo. La ultraderecha amigable del Vaticano se frota las manos ante mensajes que desprestigian la lucha feminista. Ya lo dijo Amorós: «conceptualizar es politizar». Estos hijos del patriarcado pretenden desmembrar las mimbres de las conquistas feministas. Alteran, edulcoran, violan y manosean el concepto «feminismo» sirviéndose de la bilis de los míseros morales. Desprecian aquello que desconocen, buscan adeptos o cofrades que aplaudan su mezquindad. Temen la igualdad entre hombres y mujeres. Jadean oprimiendo. Son salomoncitos, machistas y misóginos.