Creo que ha sido Rubén Martínez Dalmau el que ha propuesto que el nuevo gobierno de la Generalitat, el que está por venir, se denomine El Govern del Montgó. Por una parte, tiene razón Dalmau. El Botànic II parecía el nombre de un barquito velero de algún señor de clase media/alta, estilo La palometa II, y hay que evitar concomitancias clasistas y apodos abocados a una chuchufleta. Por otra, el diputado de Podemos tira para casa, lo cual anima la sospecha de un conflicto de influencias insoluble. Martínez Dalmau es de Teulada, una venerable localidad sobre la que el cercano Montgó todavía expande su poderoso embrujo, un dominio mágico totalizador que ha marcado las voluntades de haciendas y vidas en esas comarcas desde el Neolítico y de cuya autoridad enigmática no escapan ni las lagartijas.

¿Es Dalmau quien habla o habla Dalmau por boca del Montgó? Porque, vamos a ver, eso de rescatar los tótems geográficos del país para apellidar las cosas es muy de los tradicionalistas franceses del XIX y de los nacionalistas valencianos del XX, que no cesaron en su empeño de sacralizar montañas, ríos y mares en busca de la identidad perdida. Por ejemplo, El Vell Montgó, de Paco Muñoz, una melodía de una belleza tan abrupta como ensimismada. Y muchas otras del mismo calibre y significado. Ahora bien, puestos a seguir la tradición, uno propondría que el nuevo gobierno se bautizara como El Consell del Penyagolosa. Esto tiene más sentido, y es más científico y humanista.

Porque así se homenajea al presidente Puig, que es de las tierras altas, y además se recuerda con cariño al expresidente Camps, que fue el primer jefe del Consell en nómina que tocó cumbre. Y encima a nadie se le oculta que a los pies de la montaña gloriosa se venera a San Joan, y ya se sabe que «Per San Joan bacores verdes o madures, pero segures». Una gran metáfora para un Consell en ciernes.