Decía hace unos días el presidente de les Corts Valencianes, Enric Morera, al dirigirse al nuevo Parlamento tras su reelección, que las buenas formas y la corrección eran necesarias para la dignificación de la política y que lo allí expresado por las personas que ostentan la representación del pueblo valenciano no puede competir por ser tendencia en las redes sociales como si aquello se tratara de un plató de un reality show. Una llamada de atención muy interesante en un momento como el actual en el que, en ocasiones, observamos como la política se hace a golpe de tweet, con el riesgo de que pueda verse suplantado parte del necesario debate institucional, limitando a su vez el sentido deliberativo y crítico de la política. Me pregunto si no corremos el riesgo de acabar valorando el liderazgo político de alguien en función del número de seguidores que tiene en twitter, o de poner al mismo nivel lo pueda decir un tweet, por muy bien dicho que esté, con el contenido de un discurso político.

Algo de todo eso vino a señalar en mayo de 2016, refiriéndose a Donald Trump, el entonces presidente de los EEUU, Barack Obama, cuando encaraba la recta final de su mandato: esto no es un entretenimiento, esto no es un reality show. Esto es una carrera para la presidencia de Estados Unidos, decía apelando tanto a la seriedad y al rigor que debe tener un candidato como a la responsabilidad de los medios de comunicación a la hora de dar pábulo a este tipo de comportamientos. Otra interesante reflexión. Desde luego, si hoy tenemos que buscar un ejemplo que resulte paradigmático de la política espectáculo y de la capacidad que pueden llegar a tener las redes sociales para envenenar la política, ese es el presidente Trump. Un personaje político dañino para la democracia; un narcisista y demagogo que, en cierto sentido, recuerda al líder carismático del que nos habló Max Weber.

Pero, no solo en twitter se pierden las formas, en ocasiones, también se hace desde las instituciones. Un ejemplo de ello es el reciente veto del Parlament de Calatuña a Miquel Iceta para ser designado senador territorial rompiendo con la histórica cordialidad con la que se han venido haciendo estos nombramientos: respetando, y por lo tanto refrendando, las propuestas que hacen los grupos parlamentarios, siendo ésta la primera vez en democracia que se bloquea una candidatura. Y es que, más allá de la legalidad o no de la maniobra, se trataba de una cuestión de tradición y cordialidad política; una suerte de regla no escrita que, en cualquier caso, también resulta importante para el normal funcionamiento de las instituciones, para la democracia. Algo que parece no importar a quienes vienen utilizando el parlamento catalán con una intencionalidad más estratégica que representativa y más partidaria que política.

La que también ha perdido recientemente las formas, y sin ningún tipo de complejo, ha sido Cayetana Álvarez de Toledo al referirse a la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, como «abuelita entrañable». Un tono tan inapropiado como inaceptable para alguien que acaba de recibir el acta de diputada. Es decir, una representante de la soberanía nacional.

Y mientras por un lado se pierden las formas hay quien, por otro lado, recupera las de otros tiempos. Las que estando fuera de toda lógica democrática actual, y casi sin darnos cuenta, han entrado en las instituciones jurando «por Dios y por España». Quizá deberíamos preguntarnos, como hizo Max Weber en aquella famosa conferencia pronunciada en 1919, qué entendemos por política.