Salimos a votar el 28 de abril con ganas. Con las ganas de evitar la regresión política y social que implicaba un supuesto gobierno de derechas con el soporte de Vox. No sé si el resultado de las urnas, si aquello que quisieron expresar la mayoría de los electores a través de su voto, era un gobierno de coalición PSOE-Podemos o un gobierno de PSOE en solitario que pacta las políticas en vía parlamentaria. Quizá, sea demasiado arriesgado pretender una interpretación de los resultados electorales en esos términos y, todavía más, trasladándolo a la lógica del procedimiento constitucional de investidura. La cuestión es si la gente ha votado para que haya un gobierno de coalición o para que se hagan políticas de izquierdas. Entre otras cosas, porque lo primero no tendría por qué condicionar a lo segundo. Si se quiere, claro.

Pero si hay algo de lo que no tengo ninguna duda es que, más allá de ello, lo que el resultado emanado de las urnas puso de manifiesto es el amplio consenso social en torno a quién no se quiere al frente del gobierno de este país; es decir, el tripartito de la foto de Colón. Si hay un ejercicio de responsabilidad democrática a través del cual la ciudadanía actuamos como elemento de control ante el mayor acto de rendición de cuentas del poder político, sin duda, son las elecciones. Las cuales, conviene recordar, no solo sirven para elegir gobernantes, también lo son para reemplazarlos. O, como ocurrió el 28 de abril, para decir no a tal o cual opción. Probablemente, ha faltado por parte de la izquierda una mejor lectura en ese sentido. Aún se está a tiempo de releer. Si se quiere, claro.

Es difícil negar que el fracaso de la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, unido a la decepción que generó el tono de las intervenciones que se produjeron durante el debate vivido en esos días, de alguna forma, han quemado aquellas ganas, la ilusión con la que una parte muy importante de la sociedad fue a votar. Conducir al país a unas nuevas elecciones sería un error. Un fracaso de la política.

Hoy es el día en el que siento cierto orgullo del ensayo político valenciano. Porque aquí, en la Comunitat, los partidos progresistas han sido capaces de llevar a la práctica una coalición de gobierno que, no exenta de dificultades, viene ejerciendo el liderazgo político desde el diálogo, el consenso y también la discrepancia, como es lógico. El problema no es discrepar, lo cual es necesario en una democracia, la cuestión es saber gestionarlo con capacidad de entendimiento.

El pacto del Botànic es hoy una referencia, un ejemplo. Un acuerdo genuino que cuenta en su haber con una experiencia positiva tanto en la gestión de los asuntos públicos como en la dialéctica política. Un pacto inteligente que, no solo expresa la voluntad de una amplia mayoría social, sino que, además, ha sido y está siendo capaz de llevar al terreno de la práctica aquello que la ciudadanía ha manifestado a través de las urnas. Lo cual, y en momentos como el actual, conviene poner en valor. Sobre todo, ante las dificultades de poder llevar a cabo algo similar más allá del ámbito autonómico. Parafraseando a Bogart en Casablanca, siempre nos quedará el Botànic.