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Julio Monreal

La culpa no es solo del trencadís

El crédito obtenido con muchos años de esfuerzo se puede esfumar en unos minutos por una cadena de inaccciones o malas decisiones. Esa es la situación a la que se enfrenta el Palau de la Música de València tras la increíble secuencia de desatinos que ha dado lugar a su cierre para toda la próxima temporada, cuando menos, para acometer obras urgentes.

El pleno del ayuntamiento de la capital ha aprobado esta semana una partida extraordinaria de 400.000 euros para la realización de una auditoría integral del estado del coliseo del paseo de la Alameda. La concejala responsable de su gestión, Gloria Tello (Compromís), y el director, Vicent Ros, han decidido, de acuerdo con el resto del equipo y el gobierno local, efectuar reformas en profundidad en las dos salas principales, las dedicadas a José Iturbi y Joaquín Rodrigo y en las dependencias e instalaciones que sean necesarias, para atajar los riesgos detectados tras los desprendimientos de elementos del techo de los pasados 29 de julio y 20 de noviembre.

Los gestores del Palau no paran de repetir que el edificio tiene ya 32 años y necesita una actuación, pero eso no es más que reconocer, como señalan otros actores, entre ellos el comité de empresa, que en estas tres décadas no se le ha dado al inmueble el mantenimiento que necesita un espacio incluido en el calendario musical y artístico internacional, con 1.781 butacas en su sala Iturbi cuyos espectadores tienen derecho a estar seguros de que el cielo no va a caer sobre sus cabezas. Europa está llena de prestigiosas salas de conciertos de renombre internacional con 150 o 200 años de antigüedad y su crédito no pende de un hilo como el del Palau de la Música, obligado a trasladar su programación a los vecinos Les Arts, Palacio de Congresos y Teatro Principal, con los consiguientes trastornos para personal, abonados y público.

Lo grave no es que ocho metros de concha acústica de madera cayeran el pasado 29 de julio sobre el patio de butacas de la sala Rodrigo (409 asientos), por fortuna cuando no había personal ni público en la estancia. Lo peor es que eso sucedía ocho meses después de que otras dos placas se desprendieran en la sala Iturbi y a pesar de que se anunciaron exploraciones y chequeos, éstos no fueron suficientes para percatarse del riesgo que existía, lo que constituye una seria irresponsabilidad por parte del consistorio, dueño del edificio, y del equipo gestor.

En la Comunitat Valenciana muchas cosas se justifican achacando sus males a las lluvias. Y estas resultaron señaladas como responsables del episodio de noviembre. El trencadís que Rita Barberá y Mayrén Beneyto se empeñaron en adosar a la cúpula semiesférica del Palau en 2009, con 1,6 millones de euros del entonces denostado Plan Zapatero, se rajó; el agua se filtró; la canaleta no hizo su trabajo y la placa de desprendió, según la versión oficial. Y todos se encogieron de hombros como si toda esa secuencia no fuera el resultado de la falta de inspección y de un correcto mantenimiento de un edificio de pública concurrencia. ¿Con qué autoridad puede obligar el ayuntamiento a los dueños de negocios o a los particulares a que mantengan sus propiedades en las debidas garantías de seguridad y ornato si en un edificio que es santo y seña de la ciudad, atractivo turístico y escaparate internacional, la Administración no cumple esas mismas obligaciones?

No fue suficiente el desgraciado incidente atribuido a las lluvias de otoño. Llegó el verano y un desajuste entre la máquina del aire acondicionado y los conductos que distribuyen la refrigeración echó sobre las butacas de la sala Rodrigo varias conchas acústicas. Hay que hacer conductos nuevos. Hay que echar por el suelo las instalaciones que ahora están en el techo, lo que obliga a levantar el pavimento y las butacas. Adiós a la temporada musical y a la de congresos y eventos sociales que proporcionan unos ingresos necesarios para el sostenimiento del recinto.

Sólo los responsables del Palau y del gobierno municipal saben por qué se ha deteriorado de este modo el auditorio municipal; por qué no se actuó con inversiones regulares en un complejo que era el orgullo de la ciudad; por qué no se paró a tiempo para una intervención limitada que atajara los riesgos; y por qué se confía la reconducción del proceso a las mismas personas que aparecen como responsables del mismo al menos en los últimos cuatro años.

El Palau de la Música sale temporalmente de la escena, con su programación reubicada en otros espacios. Su situación llevará, sin duda, a una caída de su peso en el panorama musical nacional e internacional y también a una merma de ingresos por la insatisfacción de los abonados y aficionados y por la fuga de congresos y eventos hacia otros recintos. Las heridas por la cadena de despropósitos que ha provocado el cierre tardarán en curar más tiempo que el que duren las obras de reparación, así que parece hora de sentar las bases para que, esta vez sí, se eviten nuevas situaciones de sonrojo para la ciudadanía.

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