La imagen de Rio Grande, donde Valeria reposa muerta junto a su padre Oscar Martínez, que, procedentes de El Salvador, trataban de alcanzar los Estados Unidos desde México, trae, de nuevo, a nuestra memoria los versos de Albert García, en su «Carta a l'exili», «es sempre trist el missatge, un glop de mar i un tros de cel, un mocador enllagrimat d'absències». Ha tenido que verse la muerte de un niño abrazado por su padre en las aguas del rio, para tocar los corazones, no sabemos por cuánto tiempo, de una sociedad que permanece silente con la muerte de miles de niños, como tantos otros emigrantes.

Son, «los nadie», en palabras de Eduardo Galeano, que únicamente cuentan como fuerza de trabajo cuando son necesitados. La situación de aquellos que se ven durante un tiempo privados de sus derechos, retenidos en los centros de internamiento, resulta inadmisible. Se ven atrapados en una auténtica maraña administrativa para poder acreditar suficientemente la delicada situación que les obligó a salir de su país, tras haber sido, perseguidos o no, a causa de la pobreza o por sus ideas cívicas de compromiso social.

Los españoles, podemos dar buena constancia de ello. Pere Quart (Joan Oliver) fue uno de esos republicanos españoles, que cruzó la frontera, con motivo de la Guerra Civil. Estuvo como ahora, en análogos campos de internamiento, y finalmente, en su caso, llegó a América. Sus versos en las, «Corrandes de l'exili», coplas del exilio, vuelven a tener vigencia estos días cuando ya casi lo habíamos olvidado: «Tramuntàrem la carena, lentament sense dir res. Si la lluna feia el ple, també el fèu la nostra pena". No queriendo morir de añoranza, viviendo de ella.

En la emigración, el sufrimiento alcanza tanto a los que se van como a los que se quedan. Los recién llegados corren el riesgo de dejar de pertenecer al mundo del que vienen, sin llegar a ser aceptados, en muchos de los casos, por algunas de las mentes del lugar al que llegan. El canon de extranjería deben satisfacerlo por la sola circunstancia de ser admitidos; contribuyen al bienestar económico del país de acogida en las condiciones más desfavorables; su preparación es ignorada en la mayor parte de las veces; y su consideración resulta condicionada, en muchas ocasiones, por el prejuicio de las gentes del lugar.

La comprensión al otro, el respeto al diferente, la integración en la acogida debe hacerse con el respeto debido al derecho inviolable de los derechos humanos. Carla Fibla, buena conocedora de esta realidad social lo recuerda en, «Mi nombre es nadie. El viaje más antiguo del mundo», como lo hace Galeano. Sin el reconocimiento que todos merecen, su nombre es nadie. Son sólo un número, en muchas ocasiones de desaparecidos, una fuerza de trabajo, barata, mientras se la necesita.