Nacida durante la Segunda República para traer a los españoles el conocimiento de vanguardia en las dos culturas (la humanista y la científica) y para enseñar español (lengua y cultura) a los extranjeros, la UIMP salió de la Dictadura como un espacio para estimular la reflexión universitaria sobre temas de actualidad y de interés público.

Durante la Transición, con ministros centristas y socialistas, la UIMP jugó un papel importante en la presentación de las grandes reformas políticas con una justificación abundante y consiguiendo un una amplia difusión gracias a la atención que se prestaba en periódicos, radios y televisión a la «universidad de verano».

La presentación del conocimiento sociológico, económico, político y de relaciones internacionales más reciente (lo que se estaba cociendo) producido en las universidades españolas con el contrapunto de figuras muy relevantes del panorama internacional hicieron de las citas de la UIMP un foco de interés permanente. La UIMP se convirtió en éxito.

El rectorado de Ernest Lluch (1989-1995) le dio a la institución un giro. Imbuido de su espíritu autonomista, llevó el modelo Santander a unas cuantas autonomías, entre otras cosas, para reforzar la idea de que en el país había una descentralización efectiva, real, de la política y la opinión pública.

De la mano de Jordi Palafox, Joaquín Azagra y Joan Romero, la UIMP inició sus actividades en el Palau de la Scala de Valencia en 1989 y tres años después estableció su sede en el Palau de Pineda de la Plaza del Carmen.

La buena marcha de la UIMP en Valencia se prolongó durante dos largas décadas teniendo una de sus claves en el apoyo que recibió de las entidades fundadoras: Diputación, Caja de Ahorros de Valencia, Ayuntamiento (única con la que se mantiene el convenio inicial) y, sobre todo, de la Generalitat a través de sus distintas conselleries.

La aportación económica de la Generalitat alcanzó su máximo durante la etapa de José Sanmartín pero entonces llegaron también el punto de inflexión y la ruptura de la colaboración. La creación de una universidad internacional valenciana (lo que sería la Valencian International University después al Grupo Planeta) por el conseller Alejandro Font de Mora dio un vuelco a la situación y marcó una nueva etapa en la que la UIMP de Valencia tuvo que empezar una segunda vida navegando a solas con apoyos pequeños, variados y puntuales.

Los último diez años han sido, están siendo, de un enorme esfuerzo, presupuestaria y gerencialmente. Solo el pundonor y la eficiencia del reducido equipo que presta sus servicios en la sede ha permitido mantener una programación de alto nivel en la que abundan los cursos especializados con contenidos que no son fáciles de obtener en las otras universidades, con una oferta de inmersión en inglés con un gran prestigio y con un trabajo magnífico en el terreno de la digitalización.

Esta semana, la nueva rectora de la UIMP, María Luz Morán, debate en la Junta de Gobierno una nueva política para las sedes incluyendo la de Valencia. La UIMP pasó a ser Organismo Autónomo hace unos años y la rectora, que lleva en el cargo solo unos meses, tiene encima de la mesa unos datos económicos que quiere ajustar y la necesidad de que la UIMP encuentre un encaje en un horizonte universitario español cada vez más internacionalizado, (con Bolonia y con la ósmosis iberoamericana que puede cuajar en un «Bolonia propio»), y con un país en el que el debate de las reformas y de las políticas públicas tiende a dirimirse en el reino de los tweets y de los hastags.

Así las cosas, parece muy recomendable que la propia UIMP y la nueva Generalitat del Botànic 2 hagan causa común y aborden una estrategia para resetear la sede de Valencia o, aún mejor, de la Comunidad Valenciana, con el trasfondo de aquella operación de renaixement cultural que el president Ximo Puig afirmó que formaba parte de su programa y que el PSPV tiene inscrita en su código genético.

Las políticas del Botànic 2, y los asuntos de interés que se van configurando en la opinión pública valenciana —desde la financiación autonómica al corredor mediterráneo, desde la ampliación del puerto de Valencia a la rectificación de A Punt, desde el cambio de modelo productivo a la internacionalización de la marca Comunitat Valenciana, desde la innovación a la sostenibilidad— agradecerían la existencia de un espacio en el que confluyeran las políticas públicas, y su difusión analógica y digital, con el conocimiento universitario.

Algo que la nueva consellera de Universitats, Innovació i Agenda Digital, Carolina Pascual, seguro que sabe apreciar. Aún más, si tenemos en cuenta que la UIMP es una universidad sin plantilla o, lo que es igual, con una plantilla formada por todos los profesores del sistema valenciano y de cualquier otra procedencia como demuestra la larguísima lista de 20.000 profesores que han pasado por sus aulas desde 1989 hasta la actualidad.

La banalización de la agenda, y la manipulación de los mensajes, son factores que explican la pérdida de valor de la política y el ascenso de las reacciones populistas. Es una tendencia tan extendida que a muchos les parece imparable. Movimientos de difusión del conocimiento por medio del debate público como el que hace unos meses lideró Emmanuel Macron cuando los «chalecos amarillos» pusieron en jaque la legitimidad de la representación política confirman, sin embargo, que también hay alternativas desde el «frente de la Ilustración».

Recuperar espacios como el que ofrece la UIMP, con una especial capacidad para hacer coincidir la actualidad punzante, la comunicación y el conocimiento universitario sobre cualquier asunto de interés puede ser una contribución modesta pero a la larga valiosísima para la vida pública de los valencianos. Los responsables actuales de la Generalitat y de la UIMP estarían llamados a conseguirlo y a resetear a la UIMP para una nueva vida.