Dicen que una buena pregunta encierra su respuesta (digo encierra para decir inicia, orienta o dirige). Las malas preguntas, sin embargo, no: sólo nos llevan a Dios, causa primera (por qué, por qué, por qué) o a la melancolía: la hierba crece para alimentar a las vacas o porque sí. Yo nunca he sido capaz de hacerme una buena pregunta, como confirmarán inmediatamente a continuación, circunstancia que casi siempre me impidió encontrar alguna respuesta satisfactoria y me arruinó todas las terapias habidas. A vida.

Ahora, por ejemplo, se presenta Errejón a las elecciones y a mí sólo que se me ocurre preguntarme por qué Errejón le cae bien a la gente (generalmente en general) y, sin embargo, su contrario que no opuesto, o al revés, Iglesias nos cae mal o fatal, aunque sea a ratos. Fíjense en que esa preferencia ad hominem se fundamenta en el desconocimiento de lo que haya hecho hasta ahora mismo el candidato (casi nada) y se apuntala en los principios que rigen la moda: el imperio de la novedad y el sometiendo a la actualidad, sin resistencias. Actualidad y novedad que todo lo devora porque todo hoy nace siendo ayer: asistimos al bautizo de Errejón cuando Iglesias no ha hecho todavía la primera comunión.

Y ya que hablamos de Errejón (y hablamos de él, pero no decimos nada), también me pregunto por qué cree Mónica Oltra que ir a las elecciones junto a Más Madrid le da a Compromís más «cosmopolitismo». ¿Cosmopolita, ciudadano del mundo? ¿Por qué un Compromís sólo o en compañía de otros resultaría más «provinciano», que es su antónimo? En fin: es muy posible que les de más votos, pero poco probable que les añada más cosmopolitismo. Yo a Baldoví lo veo muy universal.

Svetlana Aleksiévich, en El fin del ´homo sovieticus´, recoge el lamento de un entrevistado stalinista, en la época de Mikhail Gorbachov y Borís Yeltsin, que le confiesa: «Mi tiempo terminó antes de que acabara mi vida». Todo lo contrario que entre nosotros con los Franco y los franquistas cuyo tiempo continúa mucho después de que terminara la vida del ancestro. Aquí la pregunta tonta no sería por qué, sino cómo, como le dijo Kepler a los escolásticos. Es una tontería preguntarse por qué los Franco se resisten a lo inevitable, porque la respuesta cae por su propio peso: ¡para evitarlo, gilipollas!

Es mejor que nos preguntemos cómo es posible que lo inevitable por incompatible con los principios de la democracia no haya sucedido en su momento, que ya no es este y fue otro.