Recuerdo mi asombro cuando, hace ya algunos años, en un vuelo doméstico por los Estados Unidos, una de las azafatas se parecía en edad y físico a la madre del ex presidente Bush. Empujar el carrito de la comida le obligaba a hacer un esfuerzo físico que imagino se incrementaba por las características del espacio en el que lo hacía. Sin embargo, en ningún momento perdió la sonrisa ni la agilidad mental ante las dispares peticiones que hacíamos los pasajeros. A partir de ese momento pude observar como en las cajas de los supermercados o, en otros lugares, mujeres y hombres de más de 65 años continuaban desarrollando su trabajo. Se presentaba así una imagen a la que en principio no estábamos acostumbrados en nuestro país, en el que llegada cierta edad que todos conocíamos, se producía la jubilación.

Dejando a un lado el sistema de jubilación y pensiones de los Estados Unidos, actualmente la realidad demográfica mundial es muy distinta. El grupo de edad de más de 65 años ha ido creciendo en la pirámide de población debido a que ha bajado la tasa de mortalidad por la mejora de la calidad y esperanza de vida, lo que unido al descenso de la natalidad ha supuesto que el número de personas de más de 65 años supere por primera vez al número de niños menores de 5 años y, parece que irá en aumento. Hace tan solo tres años, en 2016, la Organización Mundial de la Salud alertaba de la necesidad de adaptación de las sociedades a este cambio en la edad de la población para así obtener unos dividendos de la longevidad que proporcionaran una ventaja competitiva sobre las sociedades que no lo hicieran. Ello requeriría que los gobiernos promuevan políticas y programas destinados a que las personas de la tercera edad puedan mantenerse más tiempo activas en la sociedad. La preponderancia en la escala de valores actual de lo nuevo o lo último que nos llega de los avances de la tecnología, degrada el hecho natural del envejecimiento humano, generando prejuicios y actitudes que, aunque puedan pasar inadvertidas generan un claro edadismo que hay que evitar, entre otras razones, porque es una desigualdad más que añadimos en la larga y triste lista de desigualdades sociales con las que convivimos. Encuadrado en el Objetivo de Desarrollo Sostenible 10 de la ONU «reducción de las desigualdades», este organismo bajo el lema de este año «Viaje hacia la igualdad de edad», hizo un recordatorio a los estados firmantes de la Agenda 2030 sobre la necesidad de hacer frente a las desigualdades y precariedad de las personas mayores.

Envejecer es difícil para todos pero para unos más que para otros. Aunque la edad no es un obstáculo para algunas actividades como la política, tenemos gobernantes que superan los 70 años, o algunas profesiones liberales o artísticas. Un ejemplo sería el escritor Eduardo Mendoza que esta semana era investido doctor Honoris Causa por la Universidad Internacional de Valencia y que ya está inmerso en la preparación de próximo libro. Entre otras cosas se ha dicho de él que ha enseñado a reír a muchos jóvenes, no es una cuestión baladí ni mucho menos.

No todos tienen la suerte ni la oportunidad de poder continuar con una actividad o desarrollar otra para la que todavía están en plenas facultades. Los mayores son un grupo de población activo y comprometido, con posibilidad de seguir contribuyendo potencialmente al desarrollo de la sociedad, pero es que además son nuestra memoria. De ahí la importancia de la existencia y puesta en marcha de medidas laborales proactivas o de protección social, sin olvidarme de las pensiones que también, para evitar la desigualdad por la edad pero sobre todo que vayan configurando un modelo social al que inevitablemente estamos abocados. Este periodo electoral es muy propicio para conocer si en los programas electorales quienes pretenden gobernarnos tienen propuestas destinadas a poner los cimientos del un nuevo modelo social del que hablan los expertos.

Que la sociedad la formamos todos puede ser una obviedad pero no lo es lo que dice un proverbio griego «Una sociedad crece cuando sus ancianos plantan arboles a cuya sombra saben que jamás se sentarán».