La semana pasada nos honró con su visita el expresidente de Uruguay, colas inmensas para escucharle, verle, tenerle cerca y hacerse fotos con él, demuestran que su figura es venerada sin distinción de generaciones. Allí había hijos, padres y abuelos.

Mucho se ha dicho y escrito sobre el evento. Unos han echado de menos políticos de su talla al compararlo con nuestros dirigentes actuales, sin distinguir entre unos partidos políticos u otros, como si Pepe Mujica careciera de adscripción política. Otros han destacado su lenguaje sencillo para hablar de cosas importantes: la libertad, la justicia social, la muerte o el cambio climático. Pocos, sin embargo, han destacado su coherencia. Eso de vivir como se predica.

Si Pepe Mujica es tan admirado lo es por su mensaje, en la forma y el fondo, pero sobre todo por su credibilidad. El hombre se define sobrio, que no austero, y además lo parece. Era notable el contraste entre su modesto “aliño indumentario” y el de la moderadora en el diálogo que mantuvieron él y el President Ximo Puig en el Palau.

Éste, en relación con la libertad, contó una anécdota que le llamó la atención en un viaje a China: al preguntarle a la intérprete que les acompañaba sobre si se sentían libres en su país (queda claro que con la intención de obtener de ésta una queja por la falta de libertades democráticas) ella le contestó que se sentían muy libres, porque podían comprar todo lo que quisieran. Pepe Mujica no entró en la propuesta que el President le servía, esto es: estrechar el concepto de libertad al ámbito de lo político, a lo que el poder y sus estructuras te permiten o no hacer; sino que con claros toques estoicos definió la libertad como la capacidad de disponer de tiempo para hacer lo que a uno le gusta y, por tanto, de disminuir las necesidades para no tener que perder tiempo en satisfacerlas. Nos referimos, claro está, a necesidades adquiridas y no básicas, como comer, beber o dormir.

No es un pensamiento original. En su libro sobre “Historia de la filosofía griega”, su autor, Luciano de Crescenzo intercala entre presocráticos a algunos de sus contemporáneos napolitanos a los que califica de filósofos, como a Tonino Capone al que cuenta que conoció del siguiente modo: “Nápoles, mañana de julio, intento arrancar mi coche, pero éste se ha quedado sin batería, acudo andando al taller más cercano, pero está cerrado y sobre la persiana se puede leer el siguiente cartel: habiendo ganado lo suficiente, Tonino se fue a la playa”.

Pero Pepe Mujica, además de su radical coherencia entre lo que predica y cómo vive, también reflexiona sobre la condición humana para afirmar que construir propuestas de convivencia libres, igualitarias y justas no es posible desconociendo aquella. Ser pobre o rico es una posición relativa, un estatus social. La envidia de los demás es el reconocimiento de nuestro éxito, un espaldarazo a la vanidad. Enfrentarse a estas realidades desde tan alta responsabilidad como la presidencia de Uruguay es lo que probablemente le llevó a calificar a determinada izquierda de infantil.

Queda claro que estamos ante un político sui géneris que despierta admiración, un hombre sensato que piensa y actúa en consecuencia, pero ¿cuántos de los que le escuchamos estamos dispuestos a cambiar nuestro comportamiento para acercarlo al suyo? Sin ir más lejos, la sobriedad que predica reduciría los riesgos del cambio climático si además de escucharle con agrado la practicáramos.

Me temo que a Pepe Mujica no se le capta la denuncia, ni genera envidia su virtud. Ya lo decía Machado: “… gloria a Caín, hoy el vicio es lo que se envidia más”