Aunque nadie lo diga abiertamente, la culpa viene de Europa. No es ninguna broma la bajada del 14% en los fondos que la UE, a 27 miembros, destinará a la Política Agraria Común ni el descenso del 12% en los fondos de cohesión comunitarios, que recogerá el nuevo presupuesto de la Unión Europea. En vez de preocuparnos por los turistas o por los españoles emigrados al Reino Unido, hay otros factores para el desasosiego. El Brexit, como era previsible, se nos viene encima con una merma de 75.000 millones de euros en los presupuestos.

Suma agroalimentaria. Una marea de tractores aleccionados ha invadido las ciudades. El campo, desconcertado, ha irrumpido. Hace tiempo que la agricultura dejó de ser la "niña bonita". Con ganadería, pesca y silvicultura, el 2'7 % del Producto Interior Bruto en 2019. Se mueve en torno al 3´5 % del PIB de la 4ª economía autonómica y no llega al 8% de la renta agraria del Estado español. Lejos del tópico 10% que quieren suponer que representen los datos macroeconómicos valencianos en el conjunto español. Si se midiera el potencial del sector agroalimentario, las cifras serían distintas. Pero no interesa.

Sin política. La agricultura valenciana inquieta. No se trata de una crisis sobrevenida. Sus males son crónicos y estructurales. El agro, que debería ser asignatura principal para nuestros gobernantes y empresarios, ha sido abandonado. La Conselleria de Agricultura es uno de los grandes ausentes en la gobernabilidad valenciana. Desde que Luís Font de Mora Montesinos (1993) y José Luis Coll Comín (1995), dejaron el departamento, no han existido políticas agrarias eficientes y con perspectiva de futuro. Uno de los tratados más serios, "Comercio de los agrios españoles"(1938) fue publicado por el ingeniero agrónomo Rafael Font de Mora Llorens, padre de Luis, y fundador del SOIVRE(1934), de acuerdo con el entonces director general de Comercio y también valenciano, Vicente Iborra Gil (1898-1964). La agricultura valenciana es peculiar y compleja. No encontrará remedio si se alinea con las otras realidades agrarias españolas. Esas que jalea irresponsablemente el vicepresidente del gobierno de Pedro Sánchez y factótum de U. Podemos, Pablo Iglesias, al recomendarles "que aprieten" —¿no sería mejor, que se defiendan?--, cuando es incapaz de transmitir un plan revitalizador para la agricultura española.

Ignorancia. Difícil es argumentar de lo que se ignora. Bien entendido que las recetas válidas para el resto, no lo serán para la valenciana. Distinta de otras que se basan en subsidios y políticas proteccionistas. Accesibles únicamente para grandes plantaciones, productos no perecederos y empresarios potentes. Cuyas capacidades burocráticas y su dimensión, les permiten aprovecharse, incluso de la asistencia privilegiada de las administraciones. Sensibles, incluida la valenciana, a la influencia de los grupos de presión. También los agrarios que, sin duda, hay. Aquellos se suman a los forcejeos de las organizaciones empresariales, empeñadas en entrometerse en todo sin saber de nada. Que lo pretendan las patronales es comprensible. Que lo consientan los servidores públicos del interés general, no se puede admitir.

Resistencia comercial. Con las dificultades de los períodos de posguerra -civil española y Mundial- se consiguió una red comercial, extendida por todo el continente europeo. Que permitía a cualquier operador moverse por los mercados mayoristas en Europa, apoyado y asistido por importadores valencianos —que hablaban en valenciano— En la recuperación de esos contactos y posicionamientos logísticos y estratégicos, auténtica labor de "resistencia comercial", deberían ocuparse las consellerias de Agricultura, la de Economia (R. Climent) y de Hisenda (V. Soler), para establecer un modelo económico eficiente que permitiera salvar a todos los intereses agroalimentarios. De bajo hacia arriba. Con una cabeza de puente en Bruselas, ante la Comisión Europea. Ahora sí: un grupo de presión activo y eficaz de los intereses agrarios valencianos. Como en su día tuvo el Comité de Gestión de la Exportación de Cítricos en Bruselas y ante los más destacados mercados europeos Perpignan, París, Londres, Alemania, Benelux, Países del Este). Desvirtuado el Comité de Gestión (Citrus Board) fracasó el intento de sustituirlo por la interprofesionas citrícola, Intercitrus. Cada día resulta más complicado su renacimiento. La consellera del ramo, Mireia Mollà, tiene razones más que sobradas para aplicarse.

Dejadez cameral. En esa tarea tendrían que empeñarse también las Cámaras de Comercio de la C.V. a través de su consejo, donde predomina en medios y responsabilidad la Cámara de Comercio de València (J. V. Morata)—tradicionalmente ajena al comercio agroalimentario y hortofrutícola — cuya inhibición en este campo es incomprensible. La experiencia y el capital humano que la asiste, se han desperdiciado. Hasta llegar a la imagen estéril de un país que sólo sabe paralizar las ciudades con brigadas motorizadas de tractores. Europa, por supuesto, no es una broma ni responde a ensoñación milagrosa, sino a la acción rigurosa de la dedicación profesional en un esfuerzo admirable y fructífero. Ante esos triunfos, los socios y cooperadores europeos se quitan el sombrero.