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Mayores

Comisiones de Bioética rechazan los protocolos para decidir a quién se presta ayuda médica y a quién no

Intento afrontar estos difíciles días con positividad y esperanza. Trato de no profundizar en muchos aspectos que no me gustan. Evito las críticas. No quiero que nada entorpezca mi buena disposición. Le pido a Dios con insistencia que nos ayude a todos a sobrellevar esta pandemia que nos aterra y sobrepasa. Pero hay momentos en los que no puedo y no quiero quedarme callada.

Ya conocía la decisión del gobierno belga de no atender, y dejar en sus hogares o residencias a los mayores de ochenta años, y que en Italia, ante la escasez de medios, han decidido a quien prestar ayuda y a quien no. Y ahora la Generalitat de Cataluña "recomienda priorizar a aquellos afectados con máximas posibilidades de supervivencia".

¿Qué mundo es este en el que a las personas mayores, que tanto han hecho por nosotros, los tratamos de esta forma?

Aplicando este criterio filósofos, escritores, sacerdotes, políticos, científicos... que han sido decisivos en nuestra época, y que se encuentren activos, a pesar de haber alcanzado la barrera de los ochenta años, se verían abocados a sufrir las consecuencias de estos protocolos.

Enumero personas que fueron importantes y cuyos consejos, aún ahora, nos vendrían bien. Pero mi dolor es también y de forma muy especial para los cientos, miles de viejecitos anónimos que no merecen una respuesta de este tipo.

Es verdad que las esperanzas de vida son mayores en las personas de 40 años que en las de 80. Es verdad. Pero ¿no hemos celebrado la recuperación, hace unos días, de dos ancianas de más de noventa años y la de un viejecito que salía feliz del hospital agarrado de su nieta? ¿No hemos lamentado la muerte de policías que no habían cumplido los cincuenta años?

Me reconfortan las opiniones de algunas comisiones de Bioética, que muestran su oposición a excluir a pacientes de la UCI por razón de su edad. Es verdad que la situación, al no disponer de medios, es angustiosa. Pero ¿quiénes somos para decidir quién debe morir y quién vivir? ¿Qué queda de humanidad en nosotros?

Vivimos momentos en los que me parece que contemplamos la relativización de la importancia de la vida. Es la nuestra una sociedad, a la que Papa Francisco califica de "descarte", la imposición de unos sobre otros. Una sociedad relativista en la que prevalece el más fuerte.

La situación por la que atravesamos, hace que todos los que seguimos queriendo y disfrutando de nuestros padres, familiares y amigos que han alcanzado los ochenta, extrememos los cuidados para con ellos, ante el miedo de que puedan contraer la enfermedad.

Me parece una situación muy dolorosa. Doy gracias a Dios por todas las personas que prestan sus servicios en los hospitales, con una entrega admirable, y rezo por ellos, por si alguna vez tienen que verse obligados a no atender convenientemente a algún enfermo porque sobrepase la edad estipulada.

No, no quiero ser pesimista, aunque siento una profunda pena al formar parte de una sociedad que toma decisiones como esta, y no porque dentro de unos años yo tampoco sería atendida, sino porque nadie tiene derecho a decidir sobre la vida o la muerte de las personas.

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