Inmersos en pleno confinamiento, con el alma en vilo e impotentes ante el avance imparable de la curva, tanto del número de personas contagiadas, fallecidas o ingresadas en las Unidades de Cuidados Intensivos, la ciudadanía, la inmensa mayoría de la ciudadanía, atiende las recomendaciones y directrices del Gobierno central, de las autoridades de sus respectivas Comunidades autónomas y de sus ayuntamientos, permaneciendo en sus casas la mayor parte del tiempo posible hasta que este infierno pase, que pasará.

Las asociaciones vecinales, por definición, son plurales e independientes, aunque en su seno acogen a personas con inclinaciones políticas diversas en el amplio espectro que existen en nuestro País, si bien no se constata la presencia de opciones radicales, ni de la izquierda ni de la derecha. Por eso mismo, nos sorprende la visceralidad en las críticas de la oposición a las medidas adoptadas por el Gobierno de Pedro Sánchez, aunque haya conseguido la aprobación del Estado de Alarma y su prórroga en el Parlamento con el consentimiento mayoritario.

El Estado de Alarma no restringe la libertad de opinión, faltaría más, sino que concentra en un mando único todas las acciones derivadas de la autoridad sanitaria para la consecución de un fin, que no es más que vencer la pandemia del coronavirus e evitar más víctimas y el desplome del tejido productivo y desempleo. Es el momento de las propuestas, del diálogo y de remar conjuntamente. Cuanto todo haya pasado, será el momento de la evaluación de las medidas adoptadas, de los errores y aciertos, de la crítica política, si cabe, para concluir en lo que no nos podemos permitir en otra ocasión y qué es lo que sí ha sido efectivo. La amenaza de llevar a los Tribunales al Gobierno, las advertencias de que no aprobarán más prorrogas si fuera menester, las acusaciones, sin pruebas, de las Comunidades autónomas al Gobierno por esto y aquello, demuestran una deslealtad institucional que no se merece la población española.

En esta guerra, como en todas las guerras, todas las personas y entidades pierden algo. Saldremos más empobrecidos, saldremos con la pérdida de familiares o amistades, saldremos con una economía menos solvente y la misión de las asociaciones vecinales será la volver a defender la cohesión social y territorial, y la igualdad. Cierto es que las medidas sociales y económicas adoptadas por el Gobierno central, sin precedentes en nuestra Historia, representan el bien denominado "escudo social", que mitigan las pérdidas de la clase trabajadora, personal autónomo, pymes y más empresas. La eficacia de las mismas dependerá de la agilidad de la burocracia, que ni tirios ni troyanos nunca supieron hacerla funcionar.

De lo que sí estamos seguro es que las excelencias de la globalización van a estar muy cuestionadas, pues sólo han favorecido a las grandes élites de empresas digitales y nunca a la población. Así mismo la deslocalización ha generado la competencia desleal e ingentes fortunas a empresas "modélicas" a costa de las intolerables condiciones de trabajo, higiene y salud de poblaciones totalmente desprotegidas y que, a su vez, han dejado de ser estratégicas para el Estado que, ahora, sí que las precisa. Empezaron con la destrucción de la industria juguetera, continuaron con la textil y no hicimos nada. Hemos descartado tener materia prima porque allende está más barato. Y, ahora ¿qué? Pasemos a la Investigación y Desarrollo, ya.