Hay fechas en el calendario que no necesitan explicación ya que por sí solas despiertan un estado de ánimo, representan un símbolo, o son sumamente conocidas por la referencia a un acontecimiento histórico que ha perdurado a lo largo del tiempo. En cambio, existen otras que pasan mucho más desapercibidas para la mayoría de los ciudadanos, el 9 de mayo es un claro ejemplo de esto último. La Asamblea General de las Naciones Unidas declaró esa fecha en recuerdo de los millones de víctimas de la Segunda Guerra Mundial. Más recientemente, en 1985, se adoptó este mismo día para celebrar el Día de Europa. A pesar de la relevancia de la efeméride, apenas ha calado entre los europeos y son muy pocas las naciones que la tienen considerada como un día festivo y realizan actos en conmemoración.

Este año tiene especial relevancia poner la mirada en todo aquello que señale a Europa como camino de solución de problemas, una Europa unida que acaba de enfrentarse a un grave drama colectivo y no ha estado a la altura. Ahora está por ver, todavía el post, cómo va a gestionar las terribles consecuencias de la pandemia COVID entre los países integrantes de la Unión. Son muchas las voces que han puesto en cuestión la utilidad de una fórmula de asociación que, cuando las cosas van mal, responde al grito de sálvese quien pueda sin presentar una estrategia común de respuesta a la adversidad.

Frente a esa mirada, no se puede obviar una evidencia, el incuestionable resultado favorable que ha tenido para los quinientos millones de habitantes de los veintiocho países que han adquirido la condición de ciudadanos europeos, que han pasado a formar parte de una extraña isla de bienestar con unos estándares de vida difícilmente alcanzable para otras zonas del planeta, en materia de libertades y derechos sociales.

A pesar de los indiscutibles avances alcanzados existen foros de opinión, cada vez más potentes, que olvidan los logros y se centran exclusivamente en los fracasos. De algún modo, recuerda aquella famosa escena de «La vida de Brian», donde, en una hilarante asamblea, se preguntan sus integrantes qué habían hecho por ellos los romanos, y comienzan a surgir adelantos, avances y aportaciones de todo tipo incuestionable: el acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la sanidad, la enseñanza, el vino, los baños públicos, la ley y el orden y mucho más.

Pero aparte de todo lo anterior ¿que más han hecho por nosotros? Esa es una buena pregunta, también para trasladarla como balance de la integración en la Unión. Puede parecer que ha sido un viaje del cual no hemos obtenido demasiado, y conviene recordar que, desde la moneda única a los fondos de desarrollo, la libre circulación, la unidad en política internacional, etc, son ejemplos claros de cómo nos ha cambiado la vida gracias a un proyecto conjunto.

Entre todos los cambios que ha promovido la Unión, uno de los más destacables ha sido el facilitar que un ejército de jóvenes cruzara fronteras y se mezclaran entre ellos. Alumnos procedentes de distintos países y de culturas diferentes, poniendo cada uno de ellos su peculiaridad al servicio de la unidad. Se trata del programa Erasmus, en el que desde hace más de treinta años han participado millones de estudiantes, mediante las becas de movilidad universitaria europea, al grito de pase sin llamar; y que no tienen empacho en manifestar en las encuestas que es lo mejor que ha hecho la Unión Europea y reconocer, hasta un 99% de los alumnos, que les ha ayudado. Además, confiesan que cuando vuelven de sus estancias, traen un bagaje que nunca antes habían sospechado, se encuentran más abiertos, más desenvueltos, y por supuesto tienen más oportunidades laborales.

El resultado de estas experiencias posiblemente sea el mejor ejemplo de aquello que describe una frase que populariza el Instituto 9 de Mayo al adoptarla como lema: «Europa no es un lugar, sino una idea». Seguramente tienen mucha razón, desde esa entidad europeísta valenciana, cuando ponen el acento en algo que está por construir, y también incluso por soñar. Este es el reto actual: combinar los aspectos prácticos a los que se enfrenta un continente que va a atravesar graves dificultades económicas y sociales, mientras que contiene las fuertes tensiones centrífugas y al mismo tiempo es capaz de construir ese sueño europeo del que nos sintamos orgullosos de formar parte.