Durante demasiados años hemos asistido a un desprestigio del estudio de las Humanidades al tiempo que elevaban a dogma de fe la necesidad de saber muchas matemáticas, mucha química y física y toda clase de ingenierías. El mundo necesita progresar y sólo desde los saberes científicos puede conseguirse. ¿Para qué sirve conocer las similitudes y diferencias entre el pensamiento de la Ilustración y el de la Escolástica? ¿Se beneficia el pueblo de saber la historia de su propio pueblo? Semejantes argumentos se llevaron por delante hasta reducirlas a la intrascendencia asignaturas como Filosofía.

Estudiar humanidades no es aprenderse de memoria la lista de los reyes godos ni saber las fechas de las guerras médicas. Seguramente tampoco traducir del castellano al latín, ni estudiar a estas horas el griego. Estudiar arte, adentrarse en las culturas diversas de la humanidad, conocer los principios de las diferentes religiones, las conexiones históricas, las reflexiones de diversas corrientes del pensamiento, adentrarse en el conocimiento del comportamiento individual y social€ todo aquello que cualquier hombre se pregunta sobre de dónde viene y hacia dónde va, en el espacio individual o colectivo entraría en la definición de Humanidades.

Una buena dosis de ese indisimulado menosprecio a todo lo que sea preguntarse sobre el hombre y las circunstancias individuales o sociales que le llevan a un determinado comportamiento la he tenido una pretendida incompatibilidad entre la Ciencia y la Fe. Cierto que las Ciencias Naturales cuentan con análisis y comprobación claramente definidos mientras que las Humanidades analizan desde fronteras difusas y poco delimitadas y seguramente por ello no puede formular leyes sino propuestas debatibles pero precisamente ahí, en ese espacio para el debate, es donde radica su necesidad y su razón de ser. Porque no todo es blanco o negro. Siempre hay matices y enriquecedora mezcla de colores. Pongamos un par de ejemplos.

San José de Calasanz, fundador de las Escuelas Pías, en el siglo XVI, era un amigo y admirador de Galileo y enviaba a los primeros frailes escolapios a estudiar con aquél que estaba perseguido y condenado por el Santo Oficio. Para el santo aragonés, Galileo constituía el ejemplo vivo de la eficacia de unir una formación humanística desde la visión cristiana, con la educación en las verdades científicas. Buscaban hace ya cinco siglos lo que hoy denominan los pedagogos formación integral. Aquellos escolapios tenían claro que predicar cómo alcanzar la bondad del buen cristiano no debía ser incompatible con dotar de formación científica a futuros artesanos o comerciantes. Y que conocer sus verdades contrastadas no perturba la solidez de las creencias religiosas, sino que las aleja de las supersticiones.

Los jesuitas presumen desde hace siglos de una larga lista de científicos de reconocido prestigio en todas las áreas del desarrollo tecnológico. Así es que, menos acusaciones de oscurantismos por quienes sólo buscan que brille una luz en el firmamento de la opinión.

Uno piensa si el menosprecio indisimulado por los estudios humanísticos no será una manera de eliminar el espíritu crítico, la capacidad de análisis de diferentes corrientes filosóficas que han guiado a las sociedades en la búsqueda de lo más importante: la felicidad. Ese estudio de lo diverso conlleva el respeto y la comprensión hacia lo minoritario, conduce hacia la tolerancia que es fruto de la virtud de la humildad.

Desprestigiar las Humanidades podría ser un plan diseñado para convertir a los hombres en dóciles ovejas. Siendo como es el hombre, el único ser de la Naturaleza que se pregunta sobre sí mismo, su misión en este mundo, de dónde procedemos, por qué estamos aquí y hacia dónde nos dirigimos; el único ser de la Naturaleza con capacidad para cambiar la realidad que le circunda quizás interese a los que aspiran al pensamiento único que no piense demasiado. Estudiar ecuaciones, formulaciones químicas y principios de la física no resultará tan peligroso como preguntarse las razones que justifican la lucha por la libertad de pensamiento crítico. Asistimos al deseo indisimulado de implantar el totalitarismo de la verdad única, aquella que cuestiona toda verdad no demostrable. Una dictadura del relativismo que axfisia, propia de bárbaros talibanes. Quizás por eso derriben estatuas de todo lo que ellos consideran que no se ajusta a esa unilateral interpretación de la Historia. No les gusta debatir. Directamente derriban.