Tenemos la infección en casa y en la de nuestros vecinos, pero desconfiamos de la que traen los madrileños. Ciudades y regiones que han consignado rebrotes no han originado, que yo sepa, algún tipo de barcelonofobia, andaluzofobia o castilla-la-manchafobia. Sí puedo asegurar que no se ha manifestado ningún caso espontáneo de asturianofilia ni de riojafilia por aquello de que si nos es posible odiar lo que no conocemos, nos resulta del todo imposible amar, en general.

No se ha hablado más de ciencia en España desde la vacuna de Pasteur. Sabemos que existen síntomas reveladores del virus y que existen personas asintomáticas. Al no manifestar malestar a pesar de ser portadores, están lejos del infierno mórbido, en un paraíso terrenal que por misteriosos motivos les colocan como vencedores genéticos de la pandemia. Han pasado el umbral de los no contagiados, algo que desde el principio muchos deseaban para combatir su angustia ante la duda.

Nuevos estudios les han colocado en el purgatorio: pueden ser asintomáticos pero también presintomáticos. Esta palabra nadie la utiliza porque nadie quiere estar en un grupo que sería rechazado por los no infectados. El negacionismo es sin duda la enfermedad que ha creado al grupo más vasto y viral de este siglo. Hasta que no lo vean claramente con sus propios ojos, ¿de qué habría que preocuparse? La esencia humana es negacionista y quien no quiera entenderlo es que es un imbécil que no sabe qué es vivir.

También sabemos que el Cid existió realmente. Nos cuesta más convencernos de que fue un hombre que combatió tanto al lado de los moriscos como de los cristianos y que su familiar apodo deriva más bien del lado islámico, "sidi". Su empresa no era religiosa ni bélica: era financiera, porque para tener tropas hay que tener oro y para tener oro hay que pelear. En el relato de su Poema se cuentan con placer las hazañas de sus botines y el 'aver monedado' es lo que legitima su ascenso social.

La mafia no debería parecernos algo tan extraordinario en nuestras vidas. Es tanto el modelo de empresas comerciales como de creencias espirituales y también de estados físicos derivados de nuestra genética. Existe en nuestra casa. Cuando las familias se reparten la herencia, pelean con argumentos que van desde lo sentimental a lo compensatorio, haciendo pactos entre familiares para perjudicar al menos avispado. Lo negarán haciendo alusión a una dignidad que perdieron cuando sellaron el pacto de sangre. Sangre es lo que fluye en toda relación que implica protección de lo privado en una analítica, en una familia, en una región o en la Piazza della memoria de Palermo, donde unos escalones bastante tristes conmemoran los nombres de Giovanni Falcione y su esposa, Francesca Morvillo.

Todas estas negaciones y cuestiones especulativas calculadas ocurren en todos los lados, pero a nivel local parece mucho más necesario callarlo, porque los agentes implicados están más cerca, son conocidos y ramificados. El silencio es vital en la supervivencia y se consigue mediante castigos ejemplares o en lo que se ha llamado eufemísticamente como 'guerra de los medios'.

Las nuevas generaciones han asumido que esta guerra muda es lo correcto, es lo habitual y, como es lo habitual, es bueno. Los viejunos que han tenido que reactivarse en esta fórmula se han tenido que sumar con todas las de la ley, asumirla, aplicarla y esperar la jubilación como mayor expresión de su vitalidad.

Poca gente se acuerda ya de los viernes negros de TVE que reclamaban independencia y direcciones dignas. Aunque han sido invocados de nuevo porque la falta de resolución ha causado un rebrote de la arbitrariedad, el 'demasiado tarde' ha degenerado en una apatía general. Hay algo peor que obedecer órdenes: que lo hagas por si acaso y sin que nadie te lo exija.

Como infectados por una enfermedad degenerativa y contagiosa, a la gente no le gusta las personas vocacionales, que funcionan con esa nada funcional honestidad. Están locas porque no trabajan por dinero. No funcionan en los organigramas. Son maniáticos, conflictivos y lo que defienden no interesa al mercado. ¿De qué sirve alinearse con la Humanidad si un solo país compra casi toda la existencia mundial de un prometedor fármaco para combatir el covid-19? Para acabar en un hospicio. O para morir de una bronquitis por dormir a los setenta años en las gradas de tu propio monumento.