Hace unos quince años la noticia fue que la remodelación de la plaza del Ajuntament de València iba a terminar con la instalación de farolas tipo Mare Nostrum creadas para la ocasión. Pues sucedía que, en València, hacía algún tiempo, los pilotos de líneas aéreas advertían, al aproximarse al aeropuerto, un resplandor excesivo en el horizonte, los fotógrafos tenían que situar pantallas protectoras para contemplar con nitidez las piezas elegidas y los miembros de las tribus urbanas presumían gozosos de proveerse de gafas de última generación para hacer frente a la intensidad de las luces en la concurrida noche valenciana.

Entonces fueron los científicos quienes advirtieron de lo que cualquier ciudadano había podido ya comprobar. La contaminación lumínica era molesta pero también inconveniente para la salud. Con la intensidad lumínica no se acaba con la inseguridad ciudadana, mientras que, por el contrario, con la protección de la bóveda celeste se facilita la observación del firmamento, se evitan perturbaciones del sueño, accidentes de tráfico, derroche energético, y un notable impacto ambiental.

En su momento fue solicitada la declaración del cielo valenciano como bien de interés cultural, lo que se denegó por no encajar, según dicen, en esta definición. Ello no obstante otras Comunidades Autónomas, como Canarias o Catalunya, protegieron el suyo. Posteriormente un informe, elaborado por especialistas de la Universitat Politècnica y del Ajuntament de València, aconsejaron luminarias más eficientes, como las de tecnología «led», que recientemente se han venido instalando, con menor dispersión del cono de luz, reguladores de flujo, lámparas libres de residuos y horarios de iluminación regulados mediante ordenanza municipal.

La cuestión reside ahora en que en el Acuerdo marco para la recuperación y la reconstrucción de la ciudad de València, recién aprobado, se asuma la responsabilidad que corresponde para dar solución a las agresiones que sufren otros de nuestros sentidos. Tras la vista por el deslumbramiento; el oído, por los ruidos. Raúl Compés llega a reclamar, recientemente, en estas mismas páginas de Levante-EMV, «un estado de alarma acústico para València».

Añadimos, igualmente, cuidando el gusto estético de esta València «guapa», que todos deseamos, y que la Capital Mundial del Diseño 2022, que todos festejamos, puede propiciar. Así, frente a la multiplicidad de mobiliario urbano que entorpece más que asiste, o a la proliferación de señalización diversa que, en ocasiones, confunde más que advierte. Tomando en consideración las palabras de Marisa Gallén, Premio Nacional de diseño 2019, «tenemos unos diseñadores buenísimos, pero esa excelencia no se refleja en la calle». Una buena oportunidad para poder remediarlo.

Alejo Carpentier dedicó unas hermosas palabras a las columnas de su ciudad, La Habana, en «La ciudad de las columnas». Afirmaba Carpentier, que en su localización fue determinante un espíritu caribeño frente a los ciclones, que acabó traduciéndose en el juego de cornisamentos clásicos que conforman el alma de la ciudad. Confiemos que València aproveche las posibilidades que brinda la concesión de la citada capitalidad mundial del diseño para contar con la profesionalidad de nuestros diseñadores, que principalmente han hecho posible el sueño de la concesión, para lograr la armonía de la ciudad en su sonorización, mobiliario urbano y señalización, que ponga en valor nuestro patrimonio.