La casi totalidad de la estructura social se ve afectada por la COVID-19. A estas alturas son innegables sus múltiples repercusiones y consecuencias negativas en la sociedad. Aun así, por la gravedad de la situación que requeriría de unas acciones determinadas a erradicar y eliminar el virus desde el paradigma de la prevención directa, no encontramos una respuesta política coordinadamente eficaz y eficiente. La atomización de respuestas y medidas en un mundo interconectado e interdependiente de poco ayuda cuando, además, ha sido la base de su expansión.

Encontramos medidas paliativas, pero lo que no queda claro es qué modelo de sociedad y de respuesta se quiere implementar ante la COVID-19. Y por un aspecto, a estas alturas ya bastante claro: sabemos cómo se transmite el virus y sabemos cómo no se transmite. Quedan muchas cosas por conocer, evidentemente, y otras muchas que consideramos verdades que podrían cambiar. Pero de cara a la prevención directa, no nos debemos engañar, sabemos qué lo podría parar. Margarita del Val, la prestigiosa científica española, lo expresó claramente: «(...) la única medida que sabemos que funciona por sí sola es el confinamiento total (...) Este virus lo paran las personas». Sabiendo esto nos deberíamos plantear desde diferentes instancias qué queremos, cuál es la vida qué deseemos y como dirigirnos hacia ella.

Es evidente que según las respuestas que se podrían implementar habría sectores sociales que resultarían perjudicados. Pero también tenemos que analizar los múltiples perjuicios y afectaciones que se viven a estas alturas y como, a largo plazo, se podrían agravar. La solución no es la convivencia con el virus como estamos viendo, tampoco para la economía como ya se ha afirmado desde el FMI que apuestan por medidas drásticas a corto plazo para eliminar el virus y reactivar la economía.

Un nuevo confinamiento no está en la agenda de las medidas preventivas y por eso tenemos que reflexionar qué es lo que queremos como sociedad, como nos queremos relacionar, no con el virus, si no entre nosotros. Si la vida social que deseamos pasa por la inquietud y temor al contagio, por la sobrecarga laboral del sistema sanitario, por el olvido de los besos y los abrazos, para deshacernos de la cultura festiva tan arraigada en nuestra sociedad, por el cierre de bares, restaurantes, comercios, empresas ... También nos tenemos que plantear sobre las vidas que lloraremos y la legitimidad e importancia que les damos. Y la libertad... tanto que se ha hablado de ella y tantas bocas que la han hecho suya... Tendremos que plantearnos un nuevo concepto que incluya los impedimentos que en su uso nos encontraremos, una realidad que nos llevará a hablar de la libertad coercitiva como nueva forma de relación. Pero todo esto, parece ser, que está en la agenda política ante las medidas que se van implementando, y parece ser también que está en la agenda inconsciente y colectiva de nuestra sociedad.

Se haga lo que se haga, debemos exigir que se tenga en cuenta a aquellas personas vulnerables, por su salud, sus ánimos y vulnerabilidad psíquica y las condiciones sociales en que viven. Si se hace un confinamiento, que se piense en quienes han dejado trabajos y cerrado las persianas de los negocios. Lo hacen por «nosotros», esa palabra que nos debería unir en un sentimiento de pertenencia común y que parece ser tenemos un poco olvidada por instantes.