Allá por 1539, el escritor y eclesiástico fray Antonio de Guevara publicó ‘Menosprecio de corte y alabanza de aldea’. Fue traducido a las principales lenguas europeas y se reeditó en varias ocasiones a lo largo de los siglos XVI y XVII. Guevara sabía bien de lo que hablaba porque su vida transitó entre los oropeles del poder, ya que fue obispo y consejero del emperador Carlos V, y su origen y sus destinos en el mundo rural. La ingeniosa pieza, que puede encontrarse hoy en el catálogo de la editorial Cátedra, censura los vicios y desmanes de la corte y, por ende, de las ciudades mientras, por el contrario, elogia los placeres sencillos de los pueblos. Esa visión, a veces nostálgica e idealista y en ocasiones más crítica y realista, recorre un hilo literario que, por supuesto, ha llegado hasta nuestros días con autores que han defendido a capa y espada, como el fraile renacentista, el mundo rural empezando por el maestro Miguel Delibes. Así las cosas, el leonés Julio Llamazares fue un escritor pionero en denunciar, allá por los años ochenta, el abandono de lo que recientemente se ha llamado la España vacía. Su novela ‘La lluvia amarilla’, una dura y estremecedora historia sobre el último habitante de una aldea del Pirineo aragonés, figura como un libro ya clásico y como guía de autores que en los últimos años se han ocupado de estos temas. Porque el grito silencioso, pero muy elocuente, del protagonista ha derivado hoy en un clamor en un país donde la despoblación de inmensos territorios revela una profunda injusticia.

Tras la estela de Llamazares, el aragonés de adopción Sergio del Molino logró hace cuatro años con un brillante y original ensayo, ‘La España vacía’, colocar este problema y su calificativo en el centro de debates políticos, económicos y culturales. Otros escritores como la andaluza María Sánchez (‘Tierra de mujeres: una mirada íntima y familiar al mundo rural’), el valenciano Paco Cerdá (‘Los últimos. Voces de la Laponia española’) o más recientemente el murciano Alberto Fernández Jiménez (‘Una vida retirada. Inazares, de camino hacia el cielo’) han abierto una brecha literaria en paralelo al despertar político de movimientos como Teruel existe o Soria ya. A modo de curiosa paradoja, la pandemia ha convertido las ciudades en auténticas ratoneras mientras miles de personas, muchas de ellas procedentes de familias rurales, han descubierto la alabanza de aldea con el viento a favor del teletrabajo.

Estamos asistiendo a un fenómeno de repoblación todavía minoritario, pero que puede transformar la España vacía. Más niños en escuelas rurales, parejas jóvenes que se han empadronado en pueblos pequeños, un mercado inmobiliario más asequible, iniciativas económicas novedosas y una mayor atención de los gobernantes pueden convertir la necesidad de la pandemia en la virtud de la repoblación. En cualquier caso, esa ventana de oportunidad debe contar con el apoyo decidido de las administraciones públicas que han de garantizar a esos millones de compatriotas de las zonas rurales los mismos derechos y servicios que a los vecinos de los barrios ricos de las grandes urbes.