Esta semana ha reaparecido el presidente Ximo Puig en Televisión Española. En el nuevo formato del espacio matutino, ‘La hora de La 1’, dirigido ahora por la periodista y exmetereóloga Mónica López.

Nuestro jefe autonómico estuvo en su línea habitual: institucional pero con punto picante, abierto al pacto y dialogante, cercano, moderado siempre en las formas y en las expresiones, sin caer en las trampas de los tertulianos. Una vez más, Puig estuvo en presidente, confiriendo talante y personalidad a su cargo.

Es su contribución a la historia de la Generalitat, el empaque humanístico con el que ha dibujado la presidencia, bajo una obra del Equipo Crónica. Lo cual, sea dicho de paso, no es suficiente en estos tiempos que corren en los que, además, se hace necesaria una buena gestión ante las realidades culturales cada vez más complejas, de las que están a años luz la mayor parte de sus colaboradores y, en especial, sus socios de coalición.

Puig, obviamente, cuenta con escaso margen para dar ese salto cualitativo imprescindible, primero porque carece de una mayoría suficiente en las Corts con la que poder ensayar algún tipo de experimento en la gobernanza valenciana, y segundo porque la cultura política del PSPV del que depende, sigue siendo, unos grados más o menos, la misma que se instauró en tiempos de su mentor, Joan Lerma: un difícil equilibrio de intereses internos; pesos y contrapesos que se anteponen a la realidad socioeconómica.

Con todo, y aunque la mayoría de los periodistas presentes en el directo televisivo de La 1 solo ‘tertuliaban’ tópicos habituales, el conspicuo representante del periódico ‘La Vanguardia’, Enric Juliana, erigido en único portavoz de la realidad española periférica practicante del deporte informativo con desayuno matritense, propuso a Ximo Puig como representante y auriga de una supuesta tercera vía en la política nacional, equidistante entre el independentismo catalanista y las fuerzas que postulan la recentralización del país, que no solo son las de la derecha pura y más dura.

No sé si esta posibilidad tan querida por el cronista badalonés para dar salida de escape al ‘cul de sac’ de la política catalana y a la ceguera de la castellana, sería del agrado del jefe de filas de Puig, digo de Pedro Sánchez, o incluso de su par socialista, hablo del ministro José Luis Ábalos, pero en cualquier caso convendría algo de perspectiva para poder alcanzar siquiera el rango de posibilidad a esa vía vislumbrada por Juliana.

Llegados a este punto recordemos que fueron Eduard Mira y Damià Mollà, quienes en ‘De impura natione’, ensayo ganador de los Octubre en el ya lejano 1986, bastante antes de la deriva soberanista al norte del Ebro, incluso mucho antes del federalismo asimétrico de Pasqual Maragall –primo segundo, por cierto, de Mira– ya hablaban de València como del espacio rotular, tercera vía entre el centralismo españolista y las ansias autosuficientes del nacionalismo catalán.

Esa tercera vía ha tenido, también, muchos antecesores, desde los fervores valencianistas del banquero Ignacio Villalonga –que tanto ha valorado su sobrino-nieto, el exconseller y embajador Fernando Villalonga– a todos los intentos de nacionalismo moderado y centrista que personajes como Paco Domingo, Ximo Muñoz Peirats, Joaquín Maldonado y otros protagonizaron durante las últimas etapas del franquismo.

Una tercera vía en la que siempre ha estado el PSPV, con sus variantes y diversidades, y a la que, del mismo modo, se acercaron en su momento tanto Eduardo Zaplana –impulsor del pacto lingüístico en la Academia– como Paco Camps –y sus propuestas para un renacimiento valencianista–, todos ellos intentos frustrados por los aparatos centrales de sus partidos en Madrid pero conscientes de las potencialidades pacificadoras del valencianismo.

Huelga decir que para que València sea parte de la solución del problema articular de España, primero debería solventar sus propios demonios familiares, para empezar porque el enfrentamiento entre catalanistas y regionalistas sigue vivo –atenuado, pero en activo– y cada cual saca su trampantojo a desfilar en cuanto le conviene, a corto.

Regionalistas que se ven infiltrados por perturbadores de extrema derecha y envueltos en propuestas culturales de bajo nivel. Catalanistas que soslayan la necesidad de una entente cordial con la cultura castellana y se mantienen en posiciones claramente antiespañolas, como las de una conocida editorial valenciana que recientemente convocó un encuentro telemático para presentar sus últimas publicaciones de la mano de Josep Lluís Carod-Rovira, Quim Torra y Carles Puigdemont. El panel lo decía todo.

Y no se engañe Juliana. Es justo la falta de intrepidez y arrojo del PSPV para liderar una propuesta superadora del laberinto identitario valenciano, la que impide que sea posible desde València plantear una síntesis moderadora, que ayude a resolver los problemas de encaje territorial que este país viene arrastrando desde hace décadas.

Los socialistas valencianos, por ejemplo, no fueron hábiles para abandonar sus siglas PV en pos de una nueva etapa de reconciliación simbológica, del mismo modo que el PP es incapaz de asumir la unidad lingüística. Más si cabe ahora, cuando el PSPV ha desistido de la gestión cultural y educativa, dejándola a sus socios nacionalistas y estos últimos han conseguido que asuman con naturalidad desde el ‘requisit’ a la ‘inmersió llingüística’.

Una tercera alternativa política, pues, que lleva tiempo circulando en vía muerta. En las taquillas de la estación ni siquiera devuelven el importe del billete. Nos quedamos, ‘sine die’, en la cuesta de la infrafinanciación autonómica.