George Orwell escribió hace muchos años que «El lenguaje político está diseñado para que las mentiras parezcan verdades, el asesinato una acción respetable y para dar al viento apariencia de solidez»Nunca como ahora, en dos temas tan importantes como la gestión de la pandemia y el cambio climático, son tan acertadas estas palabras. La existencia de la especie humana es una maratón, no un sprint. A veces olvidamos que nuestra especie será una pequeña nota a pie de página en el libro de la vida en el planeta.

El entomólogo Alan A. Berryman en «La teoría y clasificación de los brotes descontrolados», escribió: «Desde el punto de vista ecológico, un brote puede definirse como un aumento explosivo en la abundancia de una especie en particular que ocurre durante un período de tiempo relativamente corto». Berryman señala: «Desde esta perspectiva, el brote más grave en el planeta tierra es el de la especie Homo sapiens».

Desde el momento de nuestra aparición como especie (hace unos 200.000 años) hasta el año 1804, la población humana llegó a mil millones; entre 1804 y 1927, aumentó otros mil millones; llegamos a 3.000 millones en 1960; desde entonces cada 13 años crecemos mil millones. En octubre de 2011, llegamos a los 7.000 millones. En diciembre de 2019, a 7.700 millones. Ciertamente es un aumento «explosivo» dentro del «período de tiempo relativamente corto». La tasa de crecimiento ha disminuido en las últimas décadas, pero todavía está por encima del 1 por ciento: estamos agregando alrededor de 70 millones de personas al año.

Somos únicos en la historia de los mamíferos y en la historia de los vertebrados. El registro fósil muestra que ninguna otra especie de animal de gran tamaño -por encima del tamaño de una hormiga, o del krill- alcanzó una abundancia semejante a la de los seres humanos. Nuestro peso total asciende a unos 349.000 millones de kilos. Las hormigas de todas las especies suman una masa total mayor, el krill también, pero no muchos organismos. Y somos solo una especie de mamífero, no un grupo. Somos grandes: grandes en tamaño corporal, grandes en número y grandes en peso colectivo. Somos tan grandes, de hecho, que el eminente biólogo (y experto en hormigas) Edward O. Wilson afirmó: «Cuando el Homo sapiens superó la marca de los seis mil millones, ya habíamos superado quizás hasta 100 veces la biomasa de cualquier especie animal grande que haya existido en la tierra».

Wilson se refería a animales salvajes. Omitió el ganado, como la vaca doméstica, cuya población mundial actual es de aproximadamente 1.300 millones. Por tanto, somos solo cinco veces más numerosos que nuestro ganado. Otra forma de impacto humano. Son una medida indirecta de nuestro apetito desmedido por todo lo que nos rodea. En términos ecológicos, somos paradójicos: corpulentos y longevos pero grotescamente abundantes. Somos una pandemia. Y todas las pandemias terminan.

2020 ha sido un año de crisis: pandemia, crisis económica, agitación social. Y, de fondo, el cambio climático. Comenzó con enormes incendios forestales que quemaron la costa de Australia, que acababa de tener su año más caluroso y seco desde que existen registros. En el otro extremo del mundo, California registró su propia peor temporada de incendios este otoño, impulsada en parte por condiciones cálidas y secas.

El hielo polar sigue menguando, las temperaturas se dispararon y experimentamos un número récord de tormentas que afectaron a numerosos lugares del planeta. El Ártico continuó su camino hacia un nuevo clima, a medida que aumentaron los efectos de un calentamiento casi récord, reduciendo la capa de hielo y nieve.

Los impactos del cambio climático no se sienten igualmente en todo el mundo. Las personas menos responsables del cambio climático se encuentran entre las más afectadas por sus consecuencias. En julio, las inundaciones en Bangladesh dejaron una cuarta parte del país bajo el agua. Casi en todas partes, las olas de calor son más frecuentes y duraderas que hace 70 años. Si eres pobre y estás marginado, es probable que seas mucho más vulnerable al calor extremo.

La pandemia de coronavirus es un reflejo de la amenaza del cambio climático. Es de escala mundial, golpeó más duramente a los más vulnerables y requirió una acción colectiva para evitar lo peor. Pero fue mucho más rápida que la acción de los seres humanos. El virus también redujo las emisiones contaminantes, pero de una forma que nadie habría querido. La gestión de una pandemia, como la gestión del cambio climático, es global. Nadie, ni los ricos y poderosos, está a salvo de sus efectos. Y ambos están relacionados.

La ciencia del cambio climático tiene más de 150 años y es, probablemente, una de las áreas más estudiadas de todas cuantas conforman la ciencia moderna. Sin embargo, entre otros, la industria energética y los grupos de presión políticos llevan 30 años sembrando la duda sobre el cambio climático donde no la hay. Las últimas investigaciones estiman que las cinco compañías petroleras y de gas más grandes del mundo dedican alrededor de 200 millones de dólares al año al mantenimiento de lobbies que controlan, retrasan o impiden el desarrollo de políticas climáticas de obligado cumplimiento.

El periodo de los últimos cinco años, desde 2015 a 2019, es el de mayor temperatura media jamás registrada en todo el mundo según recoge un actualizado y completo informe sobre el medioambiente presentando por la ONU de cara a la última Cumbre del Clima.

Como ejemplo siete de los diez años más cálidos registrados en España desde 1965, fecha de comienzo de la serie histórica, pertenecen al siglo XXI, y cinco de ellos corresponden a la decena que comenzó en 2011, según datos de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). El último año de récord fue 2017 con una temperatura media de 16,2 ºC, un 1,1 ºC superior respecto al periodo de referencia (1981-2010).

Según los científicos hay que conseguir o bien que la producción industrial sea menos contaminante o producir menos.

El informe también evalúa los posibles efectos económicos de estabilizar la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera. A menor concentración de gases, menor será el impacto del calentamiento global, aunque el golpe para la actividad económica global será mayor.

La estabilización de los gases de invernadero en el nivel más bajo de la escala -445 partes por millón- limitaría el incremento de la temperatura global a cerca de 2°C. Sin embargo, para ello es necesario reducir de 50 a 85 % las emisiones de gases de efecto invernadero para mediados de este siglo. Para conseguir esto, cada año será necesario recortar 0.12 % del producto interno bruto (PIB) global. La estabilización en el nivel superior de la escala (710 partes por millón) provocaría un incremento de hasta 4°C en la temperatura y las emisiones de gases de efecto invernadero aumentarían de 10 a 60 % hacia 2050. Esta posibilidad conllevaría una disminución del PIB anual de 0.06 %. China, Estados Unidos e India temen que los recortes más agresivos puedan frenar excesivamente el crecimiento económico, por lo que presionan para que sus países sean excluidos.

Mientras se toman estas medidas «globales», podemos contribuir individualmente aunque sea de forma modesta. Estos son algunos de los cambios cotidianos que puedes hacer en este momento para ayudar a evitar una «catástrofe» como resultado del calentamiento global: utilizar el transporte público, apagar las luces, tratar de consumir menos carne, reducir y reutilizar… incluso el agua y el plástico (sin saber lo comemos y aparece en nuestras heces). Y, por supuesto, informar y educar a los demás.

Todos estos cambios, cuando son puestos en práctica todos los días por miles de millones de personas, pueden tener un enorme impacto.