Se han cumplido 111 años del primer 8 de marzo. Desde que Clara Zetkin propusiera en la segunda conferencia internacional de mujeres trabajadoras que cada 8 de marzo fuera un día de reivindicación. Una jornada de defensa de los derechos de las mujeres. Que, al menos un día al año, la agenda política estuviera marcada por defender la causa más justa jamás defendida; que una mitad de la población tuviera los mismos derechos que la otra.

Como Zetkin, Beavuoir, Campoamor, Woolf, Friedman... consiguieron que sus nombres no fueran borrados de la historia. Pero cuántas obras, descubrimientos y grandes discursos fueron anónimos -más bien anonimizados- por salir de las manos y las cabezas de tantas imprescindibles invisibles. La invisibilidad es algo que ha marcado y marca la historia de las mujeres.

Y, precisamente, cuando pasamos el peor año de nuestra historia reciente, la justicia nos lleva a poner en valor la labor, el trabajo y el esfuerzo de muchas mujeres invisibles a lo largo de estos fatídicos meses. Son muchas las cuidadoras, sanitarias, policías, maestras, dependientas, limpiadoras, transportistas y tantas otras que durante los momentos más duros de la pandemia estuvieron en primera línea. Cuando el miedo nos paralizaba, la valentía también tenía rostro de mujer y en algunos espacios fundamentalmente era representada por las mujeres. Porque tan importante fue su trabajo como el de sus compañeros hombres, pero con la diferencia de que los sectores que se han mostrado más imprescindibles están claramente feminizados. Ahí sí somos mayoría.

Trabajos en muchas ocasiones precarios, no solo por salarios, sino también por las condiciones en las que se han tenido que llevar a cabo o la consideración social que, injustamente, le ha relegado a una valoración inferior a su verdadera importancia. Pero, ni esa precariedad, ni la pandemia han sido suficientes para que las imprescindibles se vinieran abajo. Una vez más, las mujeres han sido fundamentales para sostener nuestro mundo.

No hacían falta más motivos, pero pasada esta situación se haría incomprensible que no se atendiera como urgencia trabajar por la igualdad salarial entre mujeres y hombres, acabar con los suelos pegajosos y los techos de cristal, la conciliación, la coeducación y por una sociedad que extienda la protección pública a los cuidados y no los imponga al ámbito privado de las mujeres. Porque cuidar durante la pandemia ha sido fundamentalmente cosa de mujeres, ya sea a nuestros hijos e hijas o mayores.

Como sigue siendo imprescindible abolir la prostitución que esclaviza a las mujeres y legitima a quienes pagan por violar o quitar del imaginario colectivo que nuestro útero puede ser vasija para quienes lo pueden pagar. Porque no es casualidad que la tolerancia a este esclavismo moderno se imponga siempre sobre el mismo sexo. Tenemos que impedir que las mujeres sean asesinadas y sacar del infierno a quienes han tenido que confinarse con sus maltratadores. Las luchas del feminismo serían necesarias, con y sin covid. Pero si las mujeres hemos dado la cara en primera línea de combate al virus, nuestros problemas, injusticias y discriminaciones han de estar en primera línea de agenda política.

En este 2021, el año de la vacuna y de la recuperación debemos seguir pensando en ellas, en nosotras. Porque hemos leído muchas profecías sobre cómo será la sociedad posterior a la pandemia y, sea como sea, le sigue haciendo falta perspectiva feminista. La sociedad nos ha puesto en el papel de imprescindibles en estos momentos duros y seremos imprescindibles en la salida de esta crisis. Este 8 de marzo pandémico pasará a la historia, marcado por las recomendaciones sanitarias y la responsabilidad, pero nada nos puede hacernos olvidar que todas y cada una de nosotras somos imprescindibles.