Se cuenta que Leonardo da Vinci cuidaba al máximo la expresión de los personajes que aparecían en sus obras para representarlos sobre el lienzo con máxima justicia y rigor. Para terminar el cuadro de La última cena, dudó en cómo caracterizar el rostro de Judas y fue a la prisión a buscar una mirada dura y sin piedad. Lo encontró y se lo llevó a su taller y de esa forma pudo terminar uno de los cuadros más importantes de la historia del arte. De igual forma, si alguien nos pidiera una descripción de nuestra sociedad, podríamos encontrar un modelo a partir de un hecho que hemos vivido recientemente y es el proceso de la vacuna de AstraZeneca. Cuando pase un tiempo deberíamos reflexionar sobre los peligros durmientes que anidan en nuestra forma de actuar para evitar ciertos males que hemos repetido en un pasado no muy lejano y que creíamos superado. La desinformación y el miedo se han apoderado de una colectividad social que vivía muy a gusto y tranquila en la lógica de la comodidad y el consumo, segura de sí misma, tranquila y sin dudas ante el futuro.

Hemos sido testigos de cómo los medios y la televisión han puesto en duda la inyección de una vacuna probada científicamente. La guerra comercial entre las grandes farmacéuticas se ha adentrado en nuestras conciencias. No hemos caído en la cuenta de que AstraZeneca tenía menos recorrido comercial y de ganancia y de ahí todas las desinformaciones y manipulaciones sobre ella. Resulta curioso y preocupante cómo se ha somatizado ese miedo, como si fuéramos al matadero, con reservas injustificadas, producto de una sociedad que vivía dormida plácidamente entre selfie a modo de clic. La revolución tecnológica que estamos viviendo ha demostrado que la realidad de la pantalla no es la única realidad que existe. Produce un distanciamiento con la vida de carne y hueso poniendo una sordina sobre la dimensión ineludible del sufrimiento de toda existencia humana. En 21 lecciones para el siglo XXI, Harari dice lo siguiente sobre la educación en el futuro: «En un mundo de este tipo, la gente necesita la capacidad de dar sentido a la información, de señalar la diferencia entre lo que es y no es importante y, por encima de todo, de combinar muchos bits de información en una imagen general del mundo». En otras palabras, saber diferenciar entre la información y el conocimiento. Si creemos que en las redes sociales está la verdad, nos equivocamos. ¿Recordamos tantas dudas y contra indicaciones en la aplicación de una simple vacuna? ¿Por qué ahora? Cuando hemos llevado a nuestros hijos e hijas a una revisión, ¿no ha aparecido el nombre mágico de apiretal o dalsy para contrarrestar algún efecto secundario?

El segundo factor que ha surgido es el miedo y la vulnerabilidad de la sociedad a la manipulación. Y esto es lo más preocupante. El miedo provoca que nos miremos al ombligo, que pensemos que lo único importante es nuestra vida. Sin embargo, hay más vida y en peores condiciones que la nuestra. Hoy en el mundo muere un niño cada 10 segundos por malnutrición. Hace unas semanas veíamos en la playa de Arguineguín a un voluntario de Cruz Roja socorriendo a una niña de cinco años que llegó a la costa en una patera. La hipotermia le causó un paro cardiaco. Murió a los dos días, y aquí alterados y preocupados por una inyección que en muchos países del mundo tardarán en verla. Hay pandemias que ni imaginamos y nosotros a lo nuestro. El filósofo Byung-Chul Han nos advierte que estamos en el proceso de «una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla activamente a las personas». El preso que eligió Leonardo también le hizo de modelo anteriormente, no de Judas, sino de Jesús. De nosotros depende qué modelo de sociedad queremos para el porvenir.