La ventaja de vivir en esta periferia es que uno puede quedarse dormido en 2003, despertarse en 2021 y tropezar con los mismos asuntos urgentes y transcendentes que nos ocupaban y preocupaban entonces. Tal vez sea consecuencia, el fenómeno, de los círculos políticos de los eternos retornos, que nos enjaulan o nos nublan. Cierto es que han cambiado las fuerzas políticas y los actores que las conducen, faltaría más, es ley natural. Pero tampoco es que hayan cambiado todas ni todos. Algunas (fuerzas) y algunos (actores) ya corrían la banda en los albores del siglo, que es como decir que ya se desvivían por nosotros, los mortales, en épocas más dichosas. (Lo que son las cosas, hubo un tiempo en el PSPV en el se hablaba mucho de «renovación», dado que había que tomarle el pulso a la sociedad -vaya frase- y hechizar de nuevo a los votantes perdidos y nada mejor para eso que buscar sangre nueva. Fue una idea dominante, la de la renovación, y o eras joven y renovado o no te comías una rosca en ese partido, claro que de todo aquello ya no se acuerda nadie, las modas son pasajeras). Pero lo que no parece normal es que a principios del nuevo milenio estallaran los cielos bajo un fuego infernal de marchas y manifestaciones, de ‘Agua para todos’, el tenista Ferrero en primera línea, todo para respaldar el trasvase del Ebro (apoyado por el PPCV), y que al mismo tiempo hubiera las mismas marchas y manifestaciones pero en contra del trasvase del Ebro (apoyadas por la izquierda), y que ahora, tantos años después, relampagueen los mismos cielos, esta vez sustituyendo el Ebro por el Tajo/Segura. ¿Es que hemos de estar siempre igual? Bueno, al menos sabemos algo. Que el PP valenciano se ha mantenido fiel a los trasvases, coherente y estoico. Que ha sido protrasvasista desde la cuna, en 2003 y en 2021, así en el Ebro como en el Segura, ayer con Zaplana/Camps y hoy con Mazón/Catalá. Que el PSPV lo ha sido a su manera, como las familias infelices de Tolstoi en ‘Ana Karenina’: según cuándo y según qué, a cada cual según su condición y de cada cual según sus necesidades, ya lo dice la doctrina. Con el trasvase del Júcar-Vinalopó, pues se estaba de acuerdo. Con el del Ebro, pues no. Según. (Aquí siempre ha habido temblores por la escasez de agua, y asesinatos y tal, pero el periodo del que hablamos fue decisivo, pues inauguró una nueva fase de la política al unir en un destino universal los votos y el trasvase, de modo que cada papeleta parecía llevar adherida una buena porción del agua del Ebro a fin de salvarnos a todos (y a todas) de morir desecados, también a la flora y a la fauna valenciana. Ni Iván Redondo, el de la Moncloa, que dicen que es el ‘crack’ de las estrategias, ni nuestro ‘nostrat’ Amadeu Mezquida habrían concebido ese ardid electoral con tanta finura). Enseguida entró en escena Cristina Narbona, ministra del ramo en 2004 con Zapatero, y quedó prendada de las desaladoras, o como las llamaba González Pons, las nucleares del mar (no es que funcionaran con uranio ni se dedicaran a romper los átomos al tun-tun, es que devolvían mucha salmuera al mar, al parecer). Las nucleares o desaladoras aún andan medio varadas, sin muchas ganas de existir. Tranquilidad. Veinte años no es nada, ya lo dice el tango, y los proyectos llevan su tiempo, que si funcionaran de inmediato parecería una fantasía animada. Las desaladoras eran el futuro, o así nos lo dijeron entonces, pero un futuro muy futuro, un futuro casi de ciencia ficción. En la carrera por el futuro, los que permanecemos vivos le hemos ganado la partida del tiempo a las desaladoras de Narbona.

Igual le sucede a la financiación o infrafinanciación. El que se haya despertado ahora de la siesta de los lustros, como decía, podrá observar, tal vez estupefacto, que la música de la financiación, o infrafinanciación, es más o menos la misma que antaño. Sólo cambian los grados. A veces sube el tono y el personal se excita más. Otras veces, el tema decae y hay largos silencios. Pero, vamos, lo sustancial, que son los números y los euros, esos no varían. Mientras tanto, lo sabemos todo sobre la financiación, las reivindicaciones y victimismos, las luchas para obtener lo justo, las entrevistas con los más altos próceres de los gobiernos de Madrid, las visitas giradas, las reuniones con las otras autonomías para impulsar acuerdos comunes, las apelaciones a la solidaridad de las regiones. Estamos doctorados en la materia, aunque los euros sigan, como siempre, en Madrid. Una fatalidad, como tantas otras. De todas formas, no hay por qué alarmarse. La reforma del Museo de Bellas Artes, la segunda pinacoteca de España, tardó 40 años en finalizar, que comenzó en 1984 y acabó el otro día como quien dice. José Luis Villacañas, quizás en el mejor artículo que haya leído uno sobre Brines, subrayaba que cuando conocías al poeta de las elegías y la vida daba la sensación de estar cerca y al mismo tiempo lejos. Lo mismo sucedía, pensé y con perdón, con la clausura de las obras del San Pío V, tan cerca siempre y tan lejos en verdad. Era un acabar sin acabar. Claro que como para la conservación del patrimonio nunca ha habido dinero, ni antes ni ahora, los valencianos somos así de imperfectos y frescales, pues ha de arremangarse la fundación de los Roig, que ahora va a restaurar Sant Joan del Mercat (mejor dicho que los Santos Juanes, ya intervinieron en su rehabilitación Aguas de Valencia y Lubasa), donde se halla la bóveda de Palomino, y antes ya hizo lo propio la Fundación con La Seda y San Nicolás y Santa Lucía y no sé cuántas cosas más, gracias. Esto lo dejas en manos del presupuesto público y tenemos otro ‘caso San Pío V’ en volandas. Nuestro eterno retorno particular no estaría completo sin invocar las inmutables solfataras sobre nuestra identidad y las distintas valencianías, aunque hayan decaído bastante los ánimos antagónicos; no sé qué dirá Francesc Viadel, que se ocupa del blaverismo y esas cosas, pero una ‘batalla’ que comenzó en 1931, con ‘El perill catalá’, de don Josep María Bayarri, no termina así como así. (En realidad, está ocurriendo lo que ya dejó escrito Marx, ustedes disculpen, en el comienzo de ‘El 18 brumario’: «Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa»).