El 16 de julio de 1915, bajo la presidencia del conservador Eduardo Dato, que había decretado la neutralidad española en la primera contienda mundial, José Ortega y Gasset publicó un artículo en el que denunciaba la pasividad de la sociedad por el atropello de derechos que el Gobierno estaba llevando a cabo. Ante una resolución en la que se prohibían literalmente las reuniones en las que se hablase de la guerra, el pensador español hizo una radiografía, no sólo de la política de su tiempo, sino de la ciudadanía de a pie. Recurrió a una palabra que en muchas ocasiones aparece cuando hablamos y reflexionamos sobre acontecimientos históricos, sociales y políticos y que tras los hechos recientes de Cuba me ha hecho caer todavía más en la cuenta: «No pocas veces he sostenido que la enfermedad mortal de los españoles actuales, mirada por uno de sus haces, se llama frivolidad. Es, simplemente, una perversión de la sensibilidad, y consiste en haber perdido la perspectiva de la emoción. Enfermos del sentimiento incapaces de honda conmoción ante un hecho grave y que se irritan, en cambio, por una menudencia».

Es curioso cómo en España nos rasgamos las vestiduras por cuestiones menores, léase por ejemplo la cobertura mediática en torno al hotel de Mallorca apuntando a la juventud como la única responsable de los contagios y de la quinta ola de la covid-19, abriendo, desde ahí, noticiarios mañana, tarde y noche. Todo ello frente a la escasa repercusión de lo que se ha vivido en Cuba, de sus consecuencias para la gente de a pie, de los sufrimientos que padece una sociedad desde hace más de 60 años bajo un régimen autocrático y dictatorial.

La frivolidad y la distancia con la que se habla de todo ello es pasmosa, sin caer en la cuenta de un fenómeno que está recorriendo el mundo entero y es lo que en filosofía política se viene calificando como la deconsolidación de la democracia. Cuba es un reflejo de la lucha titánica que toda persona tiene que librar frente a las nuevas formas de opresión y violencia para entender nuestra vida a partir de una defensa por y para la libertad. Si no queremos darnos cuenta de que estamos ante un retroceso de nuestras libertades a todos los niveles es porque nos mantenemos a distancia de realidades que tenemos ante nuestras narices y preferimos virar nuestra mirada hacia otra parte imbuidos por el bucle infinito de consumo y confort.

Convendría leer y recuperar toda la obra, en forma de advertencia, de una de las mujeres más destacadas del siglo XX: Hannah Arendt. Nos enseñó en ‘Los orígenes del totalitarismo’ no sólo las características de una sociedad tiránica y totalitaria, sino aquellos pasos y decisiones que van minando una democracia. Destaca la importancia vital del compromiso y la responsabilidad ante lo que vivimos y pensamos ética, política y socialmente. La espiral de conflictos y violencia que estamos viviendo debilita uno de los cimentos de nuestra libertad y, en consecuencia, de la democracia: la pluralidad. La polarización a la que asistimos, los enfrentamientos y encasillamientos ideológicos, la recuperación de los bandos, los españoles dignos e indignos… son una bomba de relojería sobre el eje que sustenta cualquier proyecto civilizatorio.

En 1930, Ortega en ‘La rebelión de las masas’, ante el auge del fascismo, el comunismo consolidándose y el nazismo a punto de llegar al poder, dice: «Civilización es, antes que nada, voluntad de convivencia. Se es incivil y bárbaro en la medida en que no se cuenta con los demás. La barbarie es tendencia a la disociación. Y así todas las épocas bárbaras han sido tiempos de desparramiento humano, pululación de mínimos grupos separados y hostiles». ¿Nos suena? ¿Nos resulta cercano? ¿Cómo es posible que estas palabras cobren actualidad y fuerza tras nuestra experiencia como europeos en el siglo XX? ¿No hemos aprendido nada? La libertad es un proyecto a defender diariamente, hay que cuidarla, alimentarla y protegerla con la presencia ineludible de las otras personas. Nuestro proyecto tiene que contar con los demás desde una sana fraternidad. Las alternativas ya las conocemos. ¡Libertad, divino tesoro!