Mi Fahrenheit personal está en plena escalada, entre las noches tropicales- y el cuerpo serrano al baño María- y la señora Encarna Ribera del Tribunal Constitucional avisándonos del próximo incendio del Reichstag por parte de los camisas pardas de Pedro Sánchez con la excusa del estado de alarma, que no doy para duchas frías a ver si me baja un poco la temperatura emocional. Nunca se me hubiera pasado por la cabeza que la literatura jurídica de nuestros excelentísimos magistrados daría para titulares tan jugosos. A ver si resulta que la señora magistrada esconde una vocación frustrada de escritora de thrillers políticos y nos estamos perdiendo a una futura John Le Carré por culpa de las trifulcas constitucionales. Vamos, que, a su lado, el partido de la señora Arrimadas declarando su fe liberal en su reciente congreso resulta una nimiedad de titular. Y es que, aunque la mona se vista de seda, mona se queda, y aquí nadie olvida los cambalaches ideológicos de un partido que, con tal de alcanzar y tocar el poder, aunque solo sea epidérmico -véase autonómico- no le hizo ningún asco ni cordón sanitario a la extrema derecha de Vox. No creo que ningún partido liberal europeo de la vieja guardia se dejara seducir por la derecha más intolerante y más extremista con tal de ocupar sus poltronas ejecutivas. Ni tampoco veo a los distinguidos miembros del partido liberal europeo saliendo a la caza de lazos amarillos independentistas como en los inolvidables tiempos de Albert Rivera y sus alegres muchachos.

La verdad, ahora que ya estamos en pleno verano, me gustaría comentar cosas más propias de la estación, por ejemplo, esa lista que hacemos cada año de libros para leer en estos meses. Reconozco que mi índice de lecturas se encuentra un poco en estado anémico, y de momento solo tengo en modo lector a un antología de cuentos de Scott Fitzgerald, Todos los jóvenes tristes (Malpaso), y la reedición de Las rumbas de Joan de Segarra por parte de Ediciones La Vanguardia, recogiendo sus celebrados articulos en el diario Tele-Exprés a finales de los años sesenta y principios de los setenta. Del primero, los cuentos de Fitzgerald, la mirada del escritor ilumina y de paso, disecciona, esa generación de jóvenes americanos a caballo entre las dos guerras, entre la fugacidad de la belleza juvenil y el mandato imperioso del ascenso social. Unos temas que ya estaban presentes en su canónica obra El Gran Gatsby como glorificación y epitafio de los Roaring Twenties, periodo histórico y cultural que estos meses ocupa las salas del Guggenheim de Bilbao. Por su parte, Las rumbas de Joan de Segarra, los artículos del periodista catalán, nos devuelven aquella Barcelona de finales de los años sesenta que se había convertido en el rompeolas de todas las modas y vanguardias en la España tardofranquista. Aquella Barcelona que tenía como santo patrón al gorila albino Copito de nieve y como oratorio nocturno, la boîte Bocaccio. La escritura de Joan de Segarra ha ido dejando huella en estos cincuenta años desde la salida del libro, así que es una buena ocasión para conocer el original después de haber leído sus copias y sucedáneos.

Dejamos los libros y nos vamos de exposiciones como la que le está dedicando al diseñador gráfico Jordi Fornas (1927-2011) , el Institut d’Estudis Ilerdencs comisariada por el también diseñador gráfico Pau Llop e investigador de la historia del diseño. La exposición, Fornas. La imatge de Catalunya dels 60, repasa la trayectoria profesional de un creador que le ha dado al arte del diseño en sus diversas proyecciones, editorial, discográfica, publicitaria, etc., sin duda uno de los mejores periodos en la Catalunya y la España de la segunda mitad del siglo XX. Como señala Jordi Amat en el catálogo de la exposición «Fornas, al taller, comienza a dar forma a un imaginario nuevo para un tiempo nuevo». Basta echar una ojeada a los trabajos que hizo para Editorial 62 y sus colecciones, la ya mítica La Cua de Palla, Serra d’Or o la editora discográfica Edigsa, para advertir del impulso transformador y revolucionario que supuso en la creación gráfica junto a otros diseñadores como el desaparecido recientemente Yves Zimmermann, Josep Pla-Narbona y otros creadores, publicistas, fotógrafos como Leopoldo Pomés, Oriol Maspons, Xavier Miserachs, que renovaron de la cabeza a los pies la iconografía de un país.

Mi memoria sentimental, además de gráfica, y de las portadas que Jordi Fornas realizó para el sello Edigsa, siempre estará unida a un cartel de Serrat de tonalidades pop que me sorprendió en una esquina de la calle Cuenca de Valencia anunciando la actuación veraniega del cantante, si mal no recuerdo, en la sala Bony de Torrent. Aquel cartel para mis ojos infantiles representaba la imagen soñada de un cantante, símbolo de ese tiempo nuevo que había señalado Jordi Fornas en su ideario gráfico.