En la tutoría final de mi hijo de 2º de primaria, la maestra nos recomendaba encarecidamente que, aparte de disfrutar de las vacaciones de verano, leyeran. Decía, con toda la razón del mundo, que era la base de la comprensión para el resto de materias. Si no se comprende lo que se lee, la curiosidad, la imaginación, la fantasía y la alegría por aprender se pierden por el camino. Recientemente, la OCDE ha publicado el informe ‘Competencias 2021: aprendizaje para la vida’, en el que se muestra que España es, por detrás de Grecia, el país de la Unión Europea en el que menos avanza la comprensión lectora entre los 15 y 27 años.

Algo más que una lectura

Si no se comprende lo que se lee es por un principio claro: porque no se lee. De ahí que tengamos la mayor tasa de jóvenes que no estudian más allá de la ESO, un 17 % frente al 10 % de la media europea. El modelo social en el que vivimos, entendido desde el entretenimiento y el ocio, hace que no sean buenos tiempos para la lectura. Parece que el confinamiento reforzó los hábitos de lectura, pero la sociedad del ocio y del entretenimiento que tiene su cúspide en el fenómeno mundial de las series compite con el elemento básico de la lectura: el tiempo.

Desde hace unas semanas decidí, para ocupar una parte de mi tiempo, volver a releer el que es, a mi juicio, uno de los escritores más importante de la historia: Stefan Zweig. Y al reencontrarme con él, me he dado cuenta de lo necesario que es adentrarse en la aventura extraordinaria de la lectura porque nos cuestiona lo que hacemos y lo que somos. En un ensayo dedicado a Tolstoi se plantea la pregunta fundamental de toda persona: ¿por qué vivo y cómo debo vivir? Para describir al escritor ruso plantea la dicotomía que se da entre el peso de los ideales y su cumplimiento. Una persona no puede vivir con sentido si olvida el peso de los mitos y de las utopías, puesto que encubren los deseos y los sueños que brotan del alma humana.

Zweig recupera una cita de Tolstoi que debería repetirse no sólo en las escuelas, sino en todos los parlamentos del mundo: «El hombre honrado no debe pensar ni comportarse patrióticamente, sino humanamente». Sólo podemos crecer humanamente acudiendo a otras personas, a otras biografías, a otras vidas que han fundado empresas, colosales o pequeñas, que han perfilado el porvenir. Y lo han hecho posible porque no se han puesto en venta, ni su palabra ni sus acciones, ya que «son un ejemplo moral, convirtiéndose en servidores de la humanidad, acatando a una sola entre todas las autoridades de la tierra: a su propia e insobornable conciencia». La lectura nos va moldeando, convirtiendo nuestros pies de barro en algo más sólido que permita afrontar con alegría y esperanza los diferentes embates y retos de la vida.

Cuando todavía no había acabado de relamerme las mieles narrativas sobre la figura de Tolstoi, comencé otro ensayo de Zweig: ‘La historiografía del mañana’, conferencia dada en Estados Unidos días antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Su inicio es como si estuviera describiendo al dictado nuestra actualidad: «El odio, la ira, el afán de lucha son emociones breves por naturaleza, y por lo mismo hubo que descubrir esa experiencia terrible de la llamada propaganda, para prolongar artificialmente tales estados de exaltación pasajera». Hoy vivimos exaltados. La escucha, el diálogo y la razón parecen debilitarse frente a la fuerza del colectivo y del grupo. Como diría Ortega, pensar diferente es indecente.

Hablamos de la diversidad, de la importancia de la pluralidad y asistimos, por el contrario, a conflictos y nuevas clases de violencia que anulan e imposibilitan el encuentro entre las personas. Las nuevas tecnologías, posibles dictaduras digitales -léase a Harari- la inteligencia artificial, la modificación genética o el planteamiento de un nuevo humanismo, requieren más que nunca una sociedad cultivada, que lea, que esté formada y sienta la pasión por aprender y descubrir nuevas posibilidades a lo existente. Zweig: la conciencia de nuestro tiempo. Algo más que una lectura.