Leo en el periódico las nuevas normas municipales para los dueños de perros -entre los que me encuentro- que señala la obligación de recoger los excrementos y, de paso, limpiar con agua los restos. Nada que objetar. Llevo años recogiendo las cacas de mis perros, un hábito más entre mis quehaceres cotidianos como tratar de no cruzar estando los semáforos en rojo o no salir de casa a las dos de la tarde en un día de agosto. Me llama la atención que la futura ordenanza se encuentre en el Área de Protección Ciudadana, departamento que no tenía el gusto de conocer. La verdad, que nuestros gobernantes se ocupen de nuestra seguridad ciudadana me tranquiliza, no vaya a ser que por culpa del excremento de un bulldog francés depositado en la vía pública acabe con el coxis hecho añicos a causa de un resbalón.

No sé si el Área de Protección Ciudadana tiene previsto atender en el futuro inmediato otras cuestiones aparte de la de los excrementos caninos, igual menos urgentes por lo que se ve. Pienso ahora en la circulación de bicis y patinetes eléctricos por nuestras vías, calles, etcétera. De entrada, para una buena parte de los conductores de estos objetos volantes, los pasos de cebra resultan una figura tan decorativa e inútil como la oficina de defensa del español que tuvo la ocurrencia de inventarse el PP madrileño para que tuviera un bocado que llevarse a la boca Toni Cantó. Las aceras de València, para muchos de estos conductores de bicicletas y patinetes, son su particular AP7 libre de cualquier peaje y así van -volando voy, volando vengo- y a poco que te descuides, te encuentras con un patinete colgando de tu cogote y, de paso, a su conductor maldiciéndote por haberte cruzado en su camino.

La cosa se pone más cuesta arriba cuando se trata de nuestro gran parque urbano o Jardí del Túria, sin duda la creación mejor amortizada del socialismo municipal en estos últimos casi cuarenta años. Los carriles bici, una obra que en su momento nos figurábamos como una tranquila y elegante vía de paseo, transitada por civilizados ciudadanos y ciudadanas en bicicleta componiendo una bella y rítmica sinfonía municipal, se han convertido en territorio comanche o aquí no hay quien pase. Compartidos, de un tiempo a esta parte, por los belicosos -e impacientes- usuarios de patinetes, se ha transformado en un gran velódromo o pista de entrenamiento para aguerridos y veloces conductores de vehículos de dos ruedas. Aquella norma, dictada en su tiempo y que todavía se puede leer en algunos de los carteles que obliga a ir a 10 kilómetros por hora o a paso de peatón resulta tan estéril como pedirles a las compañías eléctricas un poco de compasión o caridad cristiana para con los consumidores. Los accesos o rampas al río, que uno, en su ingenuidad, pensaría que son aceras para viandantes, constituyen pistas de despegue o aterrizaje para ciclistas y patinetes y un ligero descuido puede acabar con tu figura inmaculada saltando por los aires emulando aquel personaje del circo conocido como el hombre cañón.

En el punto de intersección entre el carril bici y el supuesto, digo supuesto porque no hay ninguna señal que lo indique, paso de viandantes, es como cruzar el Canal de la Mancha el Día D. Con el tiempo transcurrido de adaptación, uno esperaría alguna campaña de información o, por parte de la Policía Local que diariamente recorre el jardín, un toque de atención y llamada al orden a estos nuevos centauros urbanos. De momento, entre sus principales preocupaciones figura que los perros no anden por ahí trotando sueltos no vaya a ser que se enreden con las piernas de algunos de los ‘runners’ que cada día corren por el río. A este colectivo, el de los ‘runners’, en proceso de expansión, por lo que se ve se le ha quedado pequeño el carril para ellos destinados y a determinadas horas del día, sobre todo por la tarde, se desparraman por todo el río, por tierra, mar y aire como los nuevos conquistadores urbanos. En formación, en línea a ‘Los 7 magníficos’, cabalgan por el antiguo cauce del río como si el mundo estuviera a punto de acabarse y les quedaran pocas horas de vida por recorrer. Estoy por pedirle a los del Área de Protección Ciudadana de nuestro ayuntamiento que coloquen un cartel, a imitación del que señala las zonas de protección de las ardillas, que diga: «Aviso importante. Zona de introducción de ciudadanos. No los atropelle con su patinete, bicicleta o zapatillas Nike».