Nada descubro si afirmo que vivimos en un mundo con dos características bien constatables y que se complementan: Indolencia y Superficialidad.

La indolencia (del latín indolentia) hace referencia, entre otros significados, a no reaccionar o mantenerse impasible frente a algo que debería inquietarnos, preocuparnos o impresionarnos.

Se asocia también a pereza, desidia, vagancia, dejadez, apatía o indiferencia.

La superficialidad (del latín superficialis) se refiere a la cualidad de ser superficial o poco profundo. Cuando esa superficialidad o falta de firmeza se refiere a alguna persona o institución, se sobreentiende que es una ofensa o, al menos, una crítica negativa. Ser superficial se asocia a la frivolidad, preocupación por las apariencias, en quedar bien sin cumplir con los verdaderos objetivos.

Esa mezcla, cómoda y extendida, es causa fundamental de un inadecuado acceso al conocimiento, y por tanto, nos impide analizar y entender correctamente las diferentes problemáticas que nos surgen, agudizando comportamientos individualistas que, en definitiva, nos llevan a actitudes egoístas o de indiferencia, actitudes que agravan sus consecuencias cuando las asumimos como “normales” en la vida cotidiana. Actuar de forma continuada con superficialidad, nos lleva a la indolencia, o sea, no sentir dolor por lo sucedido, no tener ninguna inquietud, mostrar indiferencia y por tanto, no tener la necesidad de actuar.

La prueba es que ante la violencia y el dolor de millones de seres humanos provocados por hambrunas, migraciones masivas, multitud de conflictos locales, tráfico de personas, desastres naturales, agresiones, desahucios, etc.....las respuestas más frecuentes que encontramos son del tipo como que no me afecta, no puedo hacer nada, no es de mi incumbencia, son ilegales, tienen lo que se merecen, algo habrán hecho, ella se lo buscó, o mala suerte de nacer donde nacieron.

 Superficialidad e indolencia tienen sus ventajas para quienes las practican.

Por ejemplo, encontrarse cómodo rodeado de la superficialidad e indolencia de los demás. No tener que responder a grandes retos. No ver la necesidad de comprometerse con nada ni con nadie. La sensación de no tener límites, puesto que a falta de rigor y compromiso, ningún obstáculo se atisba.

Pero también, superficiales e indolentes, quedan claramente expuestos a ciertos comportamientos, cuando menos curiosos.

Por ejemplo, caer en la precipitación, puesto que no precipitarse en una opinión o un acto, requiere de meditar, analizar, discernir, y claro eso implica profundizar, lo contario de la superficialidad.

O no enfocar bien la realidad, ya que la tendencia es, o bien a despreocuparse e ignorar todos aquellos hechos que no gustan o que sienten que no les incumben, o bien a enfatizar únicamente aquellos que enamoran o consideran que sí les afectan.

O la tendencia a asumir que ante ciertas situaciones graves o críticas, siempre serán otros los que intervendrán, y por tanto se abstienen de actuar.

Vienen estas reflexiones a poner sobre la mesa el problema de porqué el simple hecho de opinar o tomar decisiones (acertadas o no, sería otro debate), te pone en el centro del huracán. Superficialidad e indolencia, llevan a que cualquier indocumentado, presa fácil del fanatismo, con un espíritu del "supervivientes" televisivo, con nula empatía por la situación de los demás, gente aprovechada que nunca quiere ser parte del proceso pero siempre quiere ser parte del resultado, convierta el arte de opinar, en un deporte de altísimo riesgo. Y ya ni cuento si en vez de opinar, también pasas a la acción y actúas: Hagas lo que hagas, te despellejarán, sobre todo aquellos a los que nunca les viene bien hacer nada.

¿Qué hacer? Pues citando al escritor uruguayo Eduardo Galeano, dado que estamos construyendo una cultura del envase, donde el contrato matrimonial importa más que el amor, el ritual funerario importa más que el muerto, la ropa que se viste importa más que el cuerpo que la lleva y el ritual de la misa importa muchísimo más que el dios a quien se dirige, sólo nos queda, aunque sólo sea por salud mental, seguir opinando, seguir actuando, y por supuesto, ignorar a los del envase, que bastante tienen con su superficialidad e indolencia.

Cuando en tiempos de pandemia, tanto se habla de construir una nueva normalidad (ambiental, social y económica), no he escuchado nunca mencionar que uno de los factores a tener en cuenta para construir esa supuesta nueva normalidad, sea el cambio en las actitudes superficiales e indolentes, que en gran parte figuran en la base de las numerosas crisis sufridas, incluida la actual.

Resumiendo de forma clara y concisa estas reflexiones, diría que hay mucha gente que nunca trata de mirar que hay detrás de una cortina. No sólo por el esfuerzo de tener que apartarla (indolencia), sino que también, por el motivo de conformarse con decir lo bonita que es la cortina y  preferir que no me vean al hecho de poder ver (superficialidad).

 *Ateneo Libertario “Al Margen” de Valencia.