Ha sido un acierto de la administración pública ver la crisis económica derivada de la pandemia de la Covid-19 como una oportunidad para la transformación de nuestro país en una sociedad inteligente a partir de la digitalización del tejido productivo. Hemos tenido que llamar a las puertas de Europa para pedir ayuda ante tamaño reto, pero ya empezamos a ver los frutos de esta gestión política con el desembolso de los primeros 10.000 millones de euros de los Fondos Europeos, que se suman a los 9.000 millones recibidos en agosto de este mismo año.

Los Fondos Next Generation se traducirán en la llegada de más de 140.000 millones de euros a la economía española a fin de mitigar el impacto de la crisis, y acelerar la transición digital y ecológica de la economía durante el período de 2021 a 2024. Este mecanismo nace, por tanto, con voluntad de ser el instrumento de cambio estructural de nuestro modelo productivo, y el vehículo para regresar a la senda del progreso económico. Pero cualquier cambio estructural que pretenda ejecutar una política económica requiere de cierto tiempo. Los cambios estructurales no se producen de la noche a la mañana, es decir a corto plazo.

Ante esta realidad, surge la inevitable pregunta: «y, ¿mientras tanto qué hacemos cada vez que nos enfrentamos a una nueva ola como la actual sexta ola?» Tan sólo cabe dirigir el foco de atención a un sector estratégico para España como el turismo, que representa el 13% de nuestro PIB. Por ejemplo, en Benidorm, que no se caracteriza precisamente por la estacionalidad, la patronal HOSBEC augura el cierre del 50% de los hoteles en la ciudad para enero de 2022, con todo lo que implica para el resto de las actividades económicas articuladas alrededor del alojamiento hotelero, como empresas de suministros, hostelería o mantenimiento, por citar algunos ejemplos.

He aquí el gran reto, los planes para la digitalización económica son para el futuro a medio o largo plazo. Y, mientras tanto, ¿cómo abordamos el presente? ¿Cómo evitamos que el tejido productivo mengüe a tales niveles que sólo queden grandes empresas como Telefónica y las nuevas tecnológicas pequeñas, las llamadas start-ups? El desafío es conseguir que empresas sin apenas recursos económicos y humanos logren reinventarse a través de la digitalización y adaptarse a los nuevos tiempos de la denominada sociedad inteligente o sociedad 5.0.

Es oportuno recordar que el 99,8% de las empresas en España son pymes, de las cuales el 55,7% son autónomos, el 38,3% son microempresas (entre 1 y 9 asalariados) y sólo en torno al 6% son pequeñas (10-49 asalariados) y medianas (50-249 asalariados) empresas. ¿Cómo pueden estos actores económicos acometer el objetivo de mantener la actividad económica, es decir trabajar, y digitalizar la empresa? Si se piensa en un panadero que cada día tiene que atender a sus clientes, ¿cómo puede llevar a cabo esta mutación del negocio? La digitalización requiere de tiempo, recursos financieros y capital humano cualificado. Quizás es el momento de introducir la óptica del presente, de la microempresa, del autónomo, de las personas sin habilidades digitales, que configuran la mayoría del particular universo empresarial español.

La UE nos ofrece una oportunidad para modernizar España que nos retrotrae a los años ochenta, si sabemos dotarnos de las herramientas necesarias para su implementación en nuestra sociedad. En caso contrario, el cambio sólo será posible para las grandes empresas, ahondando en un problema endémico de nuestro país: la desigualdad socio-económica. La prosperidad quedará circunscrita a unos cuantos, aquellos con recursos financieros y personal altamente cualificado digitalmente.

La política pública nace para resolver problemas colectivos sin discriminar por razón de habilidades tecnológicas ni recursos económicos. En este sentido, la política económica que encarnan los Fondos Next Generation de la UE y el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia del Gobierno español deben tener en cuenta la singularidad del pequeño agente económico, las pymes. Desde este enfoque, la digitalización tiene que ser un paso firme hacia la sociedad sostenible, igualitaria e inclusiva que persiguen los ODS de la Agenda 2030. No perdamos esta oportunidad. La economía digital debe tener un efecto transformador sobre todos los agentes económicos grandes y pequeños sin excluir a nadie.