Algo no hemos aprendido de la Democracia o lo hemos olvidado. Especialmente quienes hoy dirigen nuestra política que están convirtiendo los Parlamentos en tertulias y sus miembros en tertulianos.

Es esta una condición que recientemente exaltaba el filósofo del humor, José Mota, y que bien merece una especial atención reflexiva acerca de la condición del tertuliano.

Se supone que quienes acuden a un debate se eligen por algún mérito y que sus debates sobre la realidad, en todos los órdenes, suscitarán nuestra reflexión acercándonos a la verdad; sin embargo, al igual que en las Instituciones, el tertuliano escoge una indumentaria característica que augura el sentido de las intervenciones; junto a los que mantienen lo que socialmente consideramos una apariencia correcta se acomodan aquellos que, entendemos, no irían a una boda con playeras ni pareos pero muestran sus vulgares camisetas reivindicativas, las rastas, las mangas de las camisas y protegen sus mentes con impermeables protectores de cualquier filtración del pensamiento ajeno. Así se disponen a esgrimir los micrófonos como el misil que escupirá, en ambos casos, opiniones elevadas a la categoría de verdades únicas. Se miran unos a otros con estupor y desprecio, sonrien y gesticulan, interrumpen las intervenciones y niegan absolutamente cuanto pueda afirmar el que consideran del otro bando.

Deberíamos pensar que eso de «los bandos» pertenece a una etapa afortunadamente superada a partir de la Constitución Española; una muestra de la generosidad de todos, de la izquierda que sufrió y luchó desde la clandestinidad para terminar con la Dictadura hasta la derecha que supo reconocer que con Franco terminaba el franquismo; incluso el propio Rey Juan Carlos. De ella surgió una Monarquía, institución obsoleta donde las haya que persiste en algunos paises en que, como el nuestro, al ser parlamentaria se convierte en un mero símbolo representativo del Estado sin decisión sobre nuestros destinos y es querida y respetada por sus súbditos. Para combatirla se han utilizado dos medios: la derecha se ha apropiado ilícitamente de la bandera española y la izquierda enarbola la tricolor esperando la tercera República que, como la primera y la segunda, ni nos sacaron ni pobres ni perduraron por la propia desunión de sus partidarios. Cierto es que algunos miembros de la familia real no pueden considerarse un ejemplo de patriotismo sino de patrimonialismo y hemos enarbolado el principio de igualdad ante la Ley que, efectivamente, ha sido aplicado en el ámbito del Derecho Penal o Fiscal con las correspondientes correcciones. Pero la igualdad es para todos y nadie tenemos derecho a sustituir la acción de los Tribunales para restituir los órdenes jurídicos perturbados imponiendo nuestras propias condenas y sin que la indignación y decepción provocada por algunos actos delictivos nos autorice a ir más allá de lo que decide la Justicia. No sé a quien pude importar ni qué daño puede hacer que el Rey emérito, víctima de las mujeres que frecuentó en su vida privada que a nadie importa y todos conocíamos, regrese de su exilio a los palacios de su propio invierno. Un anciano repudiado por su propio hijo, decrépito, decisivo para el cambio político que impidió la militarización del país bajo una nueva Dictadura tras el golpe de Estado del 23-F, que calló al presidente de un país que se permitió censurar a nuestro propio Presidente y cuyos méritos no han servido para hacer el balance de su vida siendo olvidados por una evasión fiscal en las que tantos personajes de la vida política han incurrido y a los que no hemos retirado la confianza.

Entender la Democracia es reconocer la representación que otorgamos en las urnas a los políticos; pero luego nos cuesta aceptarla. Los portavoces de la oposición hacen un denodado esfuerzo para hundir nuestra moral; ellos, como los tertulianos, sabían perfectamente cómo evitar una pandemia que ha llegado a todos los rincones del mundo, cómo mejor distribuir los fondos europeos cuando no es tarea que les corresponda, ya que la Administración financiera no está en sus manos, se horrorizan de que un Ministro de Sanidad no pertenezca a la clase médica, cuando lo suyo no es curar sino organizar los cuadros de asistencia sanitaria y, por si faltara poco, el Señor Casado, que consiguió sus títulos académicos y diplomas sin asistir a clase y tampoco debió estar en el colegio cuando se enseñaban los principios de urbanidad, se dirige al Presidente Sánchez con la pregunta de «qué coño le pasa» trayendo a primer plano el machismo para el que todo lo bueno es cojonudo y todo lo malo un coñazo. Si les preguntásemos sobre la erupción del volcan de la Palma seguramente también saben como haberlo evitado.

Claro que tenemos problemas y estamos lejos de ser un país idilico porque los países idílicos solo existen en las postales pero somos los ciudadanos, no los políticos ni ertulianos quienes los sufren, y lamentablemente también los ciudadanos estamos aprendiendo a resolverlos sin contar con quienes debieran porque cada vez estamos más distantes y frente a los augurios catastróficos creamos nuestras propias alegrías a veces tan inocentes como sentirnos felices porque durante las Navidades el tiempo ha sido favorable y hemos gozado de altas temperaturas y el pleno sol o hemos celebrado el día con la familia más cercana bajo la protectora vacunación.

Si tuviéramos algo especial que pedir al año nuevo y a los Reyes magos me permito sugerir que nuestros dirigentes políticos recuperen la cualidad de hombres y mujeres de Estado y no sigan actuando como esos tertulianos, antiguos cantantes ahora afónicos, estrellas con su Goya que se permiten cuestionar la eficacia de la vacunación o médicos y abogados de prestigio que se permiten devorar los micrófonos anunciando el estupor, inexistente, de la población, por el tratamiento de la pandemia.

Somos miembros de la comunidad humana y como ella sujetos a los avatares que marcan las épocas históricas. Hubo pestes bubónicas, gripes, epidemias que diezmaron poblaciones pero estuvieron localizadas porque eran tiempos en que los viajes resultaban impensables o eran escasos. El escenario ha cambiado y tenemos que asumir lo que nos ha venido y prepararnos para lo que ha de venir. Solidariamente; sin tanto discurso de crítica destructiva ni el persistente intento de que vivamos con el miedo metido hasta la médula. Solo así conseguiremos lo que deseamos todos: Un féliz y próspero año nuevo.