Ya, 2022, sesenta años de «Nosaltres, el valencians», 1962, los valencianos, de nuevo, reflexionando sobre nuestra condición colectiva, sobre la evolución del valencianismo desde aquellos años, y, también, sobre la escasa acumulación del capital humano necesario para generar unas élites suficientemente implicadas en el prestigio social de nuestra identidad. El propio Fuster, en «Les originalitats», aborda el tema de la obsesión natural de cada pueblo por alcanzar su singularidad. En nuestro caso, contando con el hecho diferencial de la lengua, queda por consolidar un tejido social elaborado a partir de nuestras propias particularidades para potenciar una singularidad colectiva.

Siendo conscientes de las dificultades derivadas de la geografía alargada del territorio, «Del Sénia al Segura. Breu història dels valencians», Vicent Baydal plantea otras variantes a contemplar, defendiendo nuestra propia identidad, y considerando la falta de ágiles conexiones, y, en algunos casos, la lógica competencia por motivos económicos, que José Vicente Mateo recogió en «Alacant, a part», el impacto del «benefactor» turismo, y la numerosa inmigración que vino a sumarse a los 30.000 «pied noirs» que, en su día, tal como escribió Antoni Seva, llegaron a Alicante tras la guerra de Argelia. Con todo ello, una parte de sus pobladores se definen como alicantinos, omitiendo su condición de valencianos, víctimas de la identidad casi silenciada.

València, como capital, también debe asumir su responsabilidad, no menor en la cuestión, por la falta de un liderazgo al que hubiera podido referenciarse el resto de la población. Así, el papel de «cap i casal» quedó limitado a una referencia simbólica, y no a la asunción de la condición que debiera ostentar en razón a su compromiso con el resto del país. La ausencia entonces de una verdadera clase dirigente capitalina es cuestión relevante, pues aún habiéndola, no ha venido a desarrollar el papel significativo que hubiera de corresponderle en las relaciones entre los diferentes estratos y comarcas de nuestra sociedad, y entre estos y el resto del Estado, lo que ha venido a condenar a una cierta invisibilidad política al pueblo valenciano, que hoy se pretende remediar.

Sin embargo, ante la reciente recuperación que se observa en la reivindicación colectiva, podemos preguntarnos, ¿es posible hacerlo sin la consolidación de un tejido social representativo de nuestras propias peculiaridades? Pensamos que tiene que ser venciendo las dificultades que subsisten sobre la indefinición de nuestra condición, que supere la «fosca consciència» de la que ya hablaba Josep Vicent Marqués, hace años, en su «Pais perplex», precisamente primer premio de ensayo Joan Fuster, de la Editorial Tres i Quatre, 1973, en favor de una conciencia cívica y crítica, de una singularidad auténticamente valenciana con aceptación de nuestras propias particularidades.

Cuestiones que ya deberían estar definitivamente resueltas, sin controversias interesadas que favorecen la confrontación, y debilitan nuestra posición para la obtención de las infraestructuras que nos corresponden, derivadas de la reforma del actual sistema de financiación, que la propia Ministra de Hacienda, María Jesús Montero, reconoce, y Ximo Puig, presidente de la Generalitat, reclama, «una mirada de superación de los problemas estructurales de España», para lo cual, la mejora en nuestra autoestima y esfuerzo colectivo, resulta del todo punto necesario.