Así es, se puede salir de la comida basura como de las drogas, y es que la comida basura es una droga, y de las duras. El principal problema de este tipo de comida es que genera adicción, taponando por decirlo de alguna manera los receptores del sabor. Dando lugar a que cada vez necesitemos dosis más altas de azúcar, sal y saborizantes para encontrar sabrosa una comida, encubriendo de esa forma los sabores originales y naturales del alimento. Y es que hay todo un mundo de investigación detrás de estos alimentos elaborados, para que resulten más gustosos, tengan más palatabilidad y sean más aromáticos. Esto da lugar a que se pongan en marcha los centros cerebrales de recompensa, es decir, cuando comemos algo que nos gusta mucho aumentan en sangre los neurotransmisores como: dopamina, noradrenalina y serotonina, estos nos dan un bienestar momentáneo para decaer posteriormente, y así vamos entrando en un círculo vicioso.

Consiguientemente los umbrales del sabor dulce, al igual que el salado van aumentando, llegando al extremo de comer alimentos excesivamente dulces y/o salados sin que seamos conscientes de ello.

Por otro lado, cuando estamos ante alimentos de este tipo muy apetecibles pero ricos en grasa, sal y azúcares, en la mayoría de los casos muy atractivos visualmente, estos afectan tan fuertemente a los sistemas de recompensa que neutralizan a las hormonas inhibidoras del apetito y por tanto no nos sentimos saciados o lo hacen muy levemente, para posteriormente incitarnos a comer. Por ello habréis observado que después de una comida de este tipo, aún se puede hacer un hueco al pastel de chocolate, brownie o cualquier otro.

El organismo ante esta circunstancia eleva los niveles de leptina e insulina (hormonas inhibidoras del apetito) y aumentan, llegando a un punto que se vuelven cada vez menos efectivas, ya que se desarrolla una tolerancia a su acción. En este aspecto podría ser comparable a la drogadicción, así cada vez comeríamos más este tipo de comida basura para obtener el mismo placer que cuando comíamos menos. Es el caso de empezar una caja de galletas o una bolsa de snacks y no poder parar de comer hasta que no se acaba o incluso empezar otra.

Podríamos decir que la ingesta excesiva genera un bucle de retroalimentación en los centros cerebrales de recompensa, cuanto más se come este tipo de comida, más ansia hay por comer, pero cada vez es más difícil calmar esa ansiedad.

¿Qué podemos hacer al respecto?

Lo único realmente eficaz es la educación en hábitos nutricionales y de vida saludables, no vale las dietas ni pautas alimentarias tan de moda como el ayuno intermitente, o la dieta keto, y la amalgama de alimentos milagros para adelgazar. Habría que ir deshabituando paulatinamente al organismo del exceso de sal, azúcar, grasas y saborizantes, tarea ardua pero gratificante y eficaz en el tiempo, para ir poco a poco recuperando los sabores propios de los alimentos; con lo que se disfrutaría del sabor de una fruta en vez de un postre azucarado, de guisos a la plancha, horno o en papillote en vez de la fritanga y el cúmulo de salsas adicionales. Y poco a poco ir recobrando los sabores taponados por los excesos de condimentos. Pero el verdadero punto de inflexión está en educar en buenos hábitos alimentarios desde niños, evitando la amalgama de este tipo de comida que invade el mercado y con la que se atiborra a la población infantil: galletas, bollerías, helados, hamburguesas grasientas, precocinados y ultraprocesados.

En definitiva, para poder sacar de nuestras vidas la comida basura o al menos consumirla esporádicamente y no como base de nuestra alimentación, se necesita educar nuestros hábitos alimentarios y de salud, pero no es solo una lucha individual, es algo en lo que deberíamos contar con los estamentos de salud y de promoción de la salud y que se regulara este tipo de comida, con mejores y más exigencias de formulación (menos sal, azúcar, grasas y aditivos) y etiquetado.