Ninguna sociedad puede progresar sin optimismo o, dicho de otro modo, no se conoce que ninguna sociedad o cultura haya progresado desde el pesimismo. Las sociedades pesimistas sobre su presente y futuro, incluso sobre su pasado, suelen fracasar incluso desaparecer. No es necesario, para sustentar estas afirmaciones, recurrir al pesimismo antropológico que al parecer inundó las sociedades precolombinas y que permitió la colonización española de gran parte de América. Entre nosotros, sin necesidad de remontarnos muchos siglos atrás, tenemos como ejemplo paradigmático el pesimismo que inundó a la sociedad española tras la pérdida en 1898 de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Fueron necesarias varias décadas para que la sociedad española recuperara la confianza pero hubo algo de espejismo en los años veinte y principios de los años treinta como demuestra la liquidación de la República y el advenimiento de una dictadura.

Por el contrario, la Transición a la democracia, tras la muerte del dictador, es todo un ejemplo de optimismo y realismo que ha dado como fruto los cuarenta años más prósperos de nuestra historia. Se hizo borrón y cuenta nueva y los españoles nos empeñamos en construir una democracia sobre la herencia de un régimen autoritario mirando hacia delante. Las cosas nos fueron bien, alcanzamos un gran pacto constitucional, nos incorporamos a la mayoría de organizaciones internacionales, hicimos ajustes en nuestra economía mediante el gran acuerdo de partidos políticos, sindicatos y empresarios que es conocido como Los Pactos de la Moncloa y nos dispusimos a preparar nuestra economía para incorporarnos a las entonces Comunidades Europeas. Y la incorporación a las mismas fue un éxito extraordinario que produjo una considerable transformación de nuestro país.

El presidente del Gobierno y algunos de sus ministros y ministras despliegan un gran optimismo en que se aprecian pocos rastros de realismo, mientras que la oposición nos trata de conducir al pesimismo, a la descripción de nuestra situación como la de un fracaso radical por la sola circunstancia de que ellos no están en el poder. Ya sea el PSOE o el PP, cuando están en la oposición, quieren convencernos de que solo con su llegada al poder se volverá a ver la luz. Ya estamos acostumbrados a esta estrategia electoralista que no se sustenta en la realidad y que conduce al desánimo y a ahondar en la división entre los españoles, que se ha incrementado peligrosamente en los últimos años.

La propaganda del Gobierno Sánchez, que lanza a todos los vientos, consistente en que con los fondos europeos se producirá una transformación radical de nuestra economía tiene mucho de propaganda y poco de realismo. Los 140.000 millones de euros llegarán en paquetes de 20.000 millones a lo largo de siete años y habrá que devolver la mitad poco después. En una economía como la española que tiene un Producto Interior Bruto de más de un billón de euros y que tiene una deuda pública prácticamente igual al producto interior bruto la inyección de 20.000 millones anuales durante siete años será como querer curar un cáncer con aspirinas. Los fondos europeos son bienvenidos pero no son suficientes.

Nuestra situación económica debe encararse con optimismo y con realismo. Silenciar que nuestra deuda pública, el déficit público, la inflación o el desempleo arrojan cifras preocupantes no es el camino para remontar estas graves deficiencias. Debiéramos enfrentar esta situación con políticas que contemplaran el corto, medio y largo plazo, fraguando un gran pacto como el que se realizó al principio de la transición en que participe la mayoría de los partidos políticos, de manera indispensable el PSOE y el PP, y las organizaciones sindicales y empresariales.

Tenemos la impresión de que los gobernantes consideran que los ciudadanos españoles no están suficientemente maduros como para que se les diga la verdad, si esa verdad exige esfuerzos individuales y colectivos extraordinarios. Y esos esfuerzos son necesarios en nuestra situación que no va a cambiar por el hecho de recibir el regalo de los fondos europeos.

Además de la necesidad de llevar al ánimo de los ciudadanos españoles que debemos arrimar el hombro en esta difícil situación económica, las políticas económicas de la Unión Europa deben dar un giro espectacular para salir del estancamiento en que nos encontramos desde hace más de una década. Por poner un solo ejemplo, el de Alemania, principal Estado de la Unión Europea, hace poco más de una década su Producto Interior Bruto (en 2007 de 3,4 billones de dólares) era similar al de China (en 2007 de 3,5 billones de dólares), mientras que ahora, al final de 2021, el PIB de Alemania, aun habiendo crecido más que ningún otro Estado de la Unión, es cuatro veces menor que el de China (4,5 frente a 18,4 billones de dólares). China ya supera el PIB del conjunto de la Unión Europea y al ritmo al que crece superará en pocos años al de los EEUU.

Los Estados de la Unión Europea y la misma Unión han cometido graves y grandes errores en las últimas décadas. Por una parte, liquidando gran parte de sus sectores industriales y convirtiendo a China, y otros países asiáticos, en la gran fábrica del mundo. Y, por otra parte, abandonando la carrera tecnológica que nos ha convertido en gregarios de los Estados Unidos y de China. Se podría decir que los europeos no somos en la actualidad dueños de nuestro destino. Basta recordar que, cuando el 23 de marzo de 2021 encalló en el Canal de Suez el Ever Given, megabarco portacontenedores, se produjo en dicho canal un atasco de barcos que portaban más de un millón de contenedores con destino a Europa que estuvo a punto de quedar paralizada.

Tenemos que afrontar el reto de superar la situación en que nos encontramos los europeos, para lo que es necesario optimismo y realismo. Y, sin duda alguna, para poder convertirnos en interlocutores válidos frente a China y EEUU es necesario más que nunca fortalecer a la Unión Europea. No debemos pensar solo en nosotros sino también en las futuras generaciones europeas que debieran poder decir que fuimos capaces de sobreponernos a nuestras muchas flaquezas.