Este 21 de enero Francisco Brines habría cumplido noventa años y se nos fue. Cruzó el amplio y misterioso infinito hacia su eternidad. Cuando muere un poeta calla el silencio y como en su último libro recién editado y que él no ha llegado ver: «Muere la muerte».

Tengo aún en mí aquella profunda y oscura mirada suya que venía de dentro y abarcaba el espacio. Le conocí muchos años atrás; subíamos en el mismo ascensor hacia nuestras casas: él vivía con sus padres justo arriba de nosotros. También coincidíamos en la librería Rigal, famosa porque en aquel entonces se podía encontrar toda clase de literatura. Los libros prohibidos, por la dictadura, nos llamaban… Tenían un escondido sitio para ellos que, pocos conocíamos, porque de vez en cuando aparecía un señor de aspecto normal que era un inspector camuflado. Pepe Pont, sobrino del pintor Segrelles, era un auténtico librero profesional, dotaba a la librería de una cierta complicidad intimista. Allí empecé también a leer los poemas de Brines: «la Brasas» su primer premio, luego fueron llegando y llegando muchos más: «como si nada hubiera sucedido», dice en el poema «Mi resumen» y yo sonrío. Los recuerdos intensos que nos han estremecido en sus bellos poemas quedan muy dentro y te escondes entre sus palabras, huyendo de esa política que no entiendes, de esa persona que te ha apenado, del cansancio cotidiano que te arrebata de lo esencial; huyes del dolor dolido del mundo; de tantos sufrimientos que no atinas a entender

¿Cuál será la esperanza? Vivir aún,/y Amar el sueño roto de la vida/Y, aunque no pueda ser, no maldecir/aquel antiguo engaño de lo eterno./

Y el pecho se consuela, porque sabe/ que el mundo pudo ser una bella verdad.

En el poema La Perversión termina diciendo: «Para escuchar de mí esta verdad sencilla y que aún desconoces:/ningún hombre es feliz».

Felicidad, esa palabra chirría en mis oídos, siempre pensé que era una palabra inventada que la utilizamos porque alguien la puso en nuestro vocabulario equivocadamente, y trastornó el deseo de posesión, pero en realidad ¿qué es la felicidad? ¿Podemos ser felices cuando un poeta chino afirma: «Este mundo es traidor/no conoce el amor»?

La poesía de Brines es como un cantar, un soplo distinto que el viento envuelve y desde las mismas sobras nos asomamos a la Razón que todo acoge, aunque la duda le abrace y se adentre en el claroscuro de las palabras: «Estoy dentro de mí, de ambas maneras, en la acción que yo soy y creo en el mar, y el pájaro y la estrella/,y en esa fuga intensa y demorada en que el goce se enciende,/ y llega un oleaje, y el canto, y el espacio. Y todo es realizado/como quien sorbe luz o ha robado el secreto de la vida». La poesía de Brines no se queda vagando entre las puertas, penetra el hondo sentir del espíritu, lleva a otro lugar, a la multiplicidad de los tiempos, por virtud de un pensamiento que se recoge en el corazón como un puro latido. Permanece en los símbolos y figuras que llevan a conformar una pura musicalidad: la de los ritmos que sustenta todo lo que la poesía de Brines abarca.