El alumnado de bachillerato –y parte de la ESO– de los centros educativos del País Valencià ha visionado en una conocida red social unos vídeos violentamente pornográficos. Una chica de 16 años era «follada» por otro joven a la vista de multitud de adolescentes, quienes grabaron y difundieron la escena a su fondo, mientras posaban alegremente. El joven que penetraba a la chica, consciente de su momento de «gloria», mostraba en su mano la señal de victoria y lucía poses triunfadoras. Exhibicionismo misógino por parte del macho. ¿Y la chica? Ella parecía una muñeca inerte. Desde luego –y digo eso porque he visto las imágenes– la chica no disfrutó ni parecía partícipe activamente, si bien, por la información contrastada, alegó en su perfil que cuanto ocurría en el aparcamiento de una conocida discoteca fue decisión «libre». Su testimonio me recuerda al de tantísimas mujeres víctimas de violencia de género, o de violencia sexual, que niegan la realidad por diversos y complejos motivos. Cabe también, por supuesto, la opción de la confusión, de la falta de datos, ¿sumisión química?

Si hay, como es el caso, una instrucción ejemplar del caso por parte de la guardia civil, ¿la Delegación del Gobierno puede permanecer en silencio cómplice? El Centro Mujer 24 horas debe prestar atención –urgentemente– a la joven menor de edad, darle ayuda, escucharla, cuidarla. Prestar soporte humano a una chica que ha vivido semejante violencia sexual, difundida en las redes con nombres y apellidos, debe ser un derecho fundamental inalienable. No podemos suponerle una mayoría de edad inexistente ni moral, ni intelectual, ni emocional, ni psicológicamente. La administración debe actuar con todos sus mecanismos aunque fuera necesario dejar de lado la absurda burocracia o suposiciones de café. Si los datos, la información, los testimonios, las declaraciones y las imágenes están a su alcance, debemos prestarle toda nuestra batería de medidas a una joven de 16 años, insisto, 16 años. Tampoco estaría de más recordar que esta violencia sexual, esta violencia pornográfica, ha sido compartida por miles y miles de chicos/chicas de 14 a 18 años. No es el tipo de contenido que uno pueda consentir circulando libremente entre la juventud mientras el profesorado sigue en la inopia y la red social no prohíbe su difusión. Es indecente que se veten pechos, pezones o imágenes artísticas desnudas, pero no la violencia sexual sufrida por una muchacha de 16 años.

El propósito de este artículo no es otro que el de exigir, implorar e interpelar a la administración, a Delegación del Gobierno, que asuma la función que le corresponde, dándole apoyo a la chica, así como investigar todo lo ocurrido, facilitarle apoyo psicológico, moral y todo lo que precise un caso como este. Recuérdese la de mujeres víctimas que denuncian, afortunadamente, cuando se les presta el asesoramiento necesario. La inacción y el silencio cómplice puede conducir a la destrucción del proyecto de vida de una chica con todo un futuro por delante. Que la violencia sexual no campe a sus anchas en el aparcamiento de una discoteca. Que los chicos dejen de divertirse con la destrucción de la dignidad de una joven. Que la administración asuma las competencias que le corresponden. Si se necesita ayuda o cooperación, el feminismo nos enseña que sólo basta con pedirla. Pero no podemos bloquearla. Estaremos siempre con las víctimas.