Desde hace tiempo me inquieta una pregunta que se suele hacer cuando hablamos de la lectura: ¿cuánta gente lee? Y digo que me inquieta porque creo que lo importante no es la cantidad. Creo que la pregunta podría ser otra complementaria: ¿qué lee la gente que lee? Y aún faltaría la tercera: ¿por qué lee lo que lee la gente que lee? Responder a todo eso es complicado. Alguien dirá -y seguramente con razón, al menos con su razón- que cada cual lee lo que le da la gana. Pues sí, faltaría más. Y también que cada cual escribe lo que le sale de las narices. Pues sí, faltaría más. Lo que pasa es que por encima de todas esas certezas hay otra: el mercado manda. Resulta difícil leer en los extrarradios del mercado. Nos dejamos llevar. En todo, no sólo en nuestras lecturas. Somos lo que nos dicen que seamos. Vamos a remolque de lo que nos dicen quienes se han convertido a sí mismos en el oráculo de nuestros sueños. Nunca he sido de oráculos. Tampoco de los literarios. Si los tengo sé que habitan en lo más recóndito de mi propia vida, en los rincones más alejados de las librerías, en la historia protagonizada por un chavalín más listo que el hambre (que ya es ser listo) que me ayudó a descubrir que todo estaba escrito y vivido en las apenas cien páginas del Lazarillo de Tormes, bastante antes de que llegara Cervantes y lo pusiera todo patas arriba, hasta ahora mismo, con ese Quijote absolutamente inabarcable.

Todos los libros se escriben para ser leídos. No comparto eso de que se escribe para uno mismo. Precisamente ahí está la gracia. Se lo preguntaba Cortázar cuando era joven: «Esperaba que se me leyera. ¿Pero quiénes me iban a leer?». No era muy aficionado el autor de Rayuela a los bestsellers. Decía que ese tipo de libros «no tiene nada que ver con la literatura». Estos días se celebra la Fira del Llibre en València. Habrá de todo en las casetas que se extiendan en la magnífica explanada de Vivers. Tampoco soy mucho de ese tipo de eventos. Me siento mal, como enjaulado, y no sé si quien se detiene delante de los libros se va a llevar el mío o me preguntará cuánto cuesta el último best seller de erotismo adolescente que tanto éxito tiene entre familias bien estructuradas. Por eso desde hace muchos años sólo acudo a la Fira el 1 de Mayo. Con mis hermanos libreros Miguel Morata y Pepe Miralles celebramos allí la fiesta por un trabajo digno, por un trabajo que no sea un insulto a lo más noble de lo humano, que no avergüence a esa gente que madruga, como la suelen llamar esos cínicos que en toda su vida han puesto un pie en el suelo antes de la hora del aperitivo.

Este año no habrá para mí 1 de Mayo en la Fira del Llibre de València, no podré disfrutar de mucha gente amiga que escribe y que lee porque andaré desde buena mañana de ese día camino de París. Antes habré participado en el Festival Black Mountain Bossòst, donde no sólo se habla de Novela Negra sino de muchas otras vidas y escrituras, y nada menos que con el fondo inigualablemente hermoso de la Val d’Aran. Y de ahí, a esa ciudad que, con mi afrancesado camarada Manuel Peris, tanto quiero desde hace tantos años. Precisamente, en unas Jornadas que la Universidad Carlos III de Madrid y el Instituto Cervantes organizan sobre la bien o mal llamada memoria histórica, compartiré espacio el próximo jueves con mi querida Alicia Giménez Bartlett, que sí que estará en la Fira de València con su última y seguro que excelente novedad literaria. Les cuento esta ausencia porque para mí el 1 de Mayo y los libros eran, en el marco igualmente fantástico de Vivers, una cita de obligado cumplimiento.

No sé cuánta gente lee. Sí que me gustaría que todo el mundo que lee lo hiciera con su propio criterio, currado libro a libro, y no con el que imponen los intereses del mercado. Pero, en todo caso, que nadie nos arrebate la magia de los sueños que habita en los libros. Leer es releer y también seguir leyendo en el punto donde lo dejamos la última vez. Miren ustedes qué imagen más hermosa para acabar esta invitación a que acudan a la Fira del Llibre de València que se inauguró el pasado jueves: es un bellísimo poema de Jorie Graham titulado Leyendo para mi padre. Entra ella en la habitación para la despedida última. El tiempo desaparece. Quedan el silencio, las palabras del silencio. El amor que nunca se irá porque hay amores que duran siempre y los encontramos en las páginas de un libro. Y llega el verso mágico que tanto tiene que ver con el amor insobornable a la lectura: «Pongo nuestro libro abierto sobre ti, por donde lo dejamos…». Leer será siempre seguir leyendo. Y ojalá que no sólo en estos días de celebraciones literarias. Un libro es una vena abierta por donde nos llegan, para llenar las nuestras, las vidas que nos cuentan sus páginas. No dejen nunca de leer, ¿vale? Nunca.