Perplejidad es la palabra, cuando uno se asoma al tema de Chanel. Por delante debe ir que la buena mujer es solo una excusa para tratar una cuestión de primer orden para cualquier observador serio. Como artista, nada que objetar. Como ella misma dijo, el trabajo detrás de su actuación es ingente. La perplejidad viene por otro hecho: la contradicción evidente de que desde tantos púlpitos sociales, empezando por el Gobierno, se repita hasta la saciedad la consigna de que “las mujeres no son solo un cuerpo bonito”, o tantas otras verdades igualitarias, y de que al mismo tiempo el gran triunfo artístico de España en la última década sea una muchacha meneando el trasero en nalga viva ante toda Europa. Personalmente, la perspectiva de género me cuesta encontrarla, por mucho que mire (que tampoco miré mucho, todo sea dicho).

           Los filósofos intentan a grandes rasgos interpretar la realidad que les rodea. Las cosas rara vez son solo eso, cosas. Normalmente también significan cosas, nos hablan de una realidad más allá de ellas mismas, de una realidad que las explica. Y, como toda realidad, el baile de Chanel nos revela con mucha precisión en qué consiste nuestra cultura desde el punto de vista de los valores que imperan en ella -y que, por tanto, nos impregnan a cada uno queramos o no-.

           Y en lo que consiste esta cultura es precisamente en el caos de valores. Mientras se predica el feminismo desde todos los medios posibles, nadie se extraña de la actuación voluptuosa de una mujer medio desnuda ante la mirada deleitada de la mitad varonil de Occidente. El cuerpo de la mujer se expone como objeto de consumo para quien lo quiera, y hasta nos dan el tercer puesto. El valor feminista está presente en el aire, pero la fuerza del individualismo hedonista (necesariamente machista) es mucho más rotunda, conforma nuestra mente con mucha más radicalidad. Quizás porque el feminismo entró a través de la propaganda, y el consumismo a través de otros canales más sugerentes.

           Nos encontramos inmersos en una realidad social caótica, en la que valores contrapuestos se anuncian con casi igual profusión desde los mismos medios de comunicación, y son sostenidos como válidos por las mismas personas. No se puede evitar pensar en Chesterton, que dedicó su vida a escribir sobre “los límites de la cordura”, que la Modernidad habría sobrepasado con creces. Con todo, la figura que adquiere mayor relieve intelectual es la de Kierkegaard: el filósofo danés caracterizó con bastante acierto el tipo de actitud necesaria ante la sociedad moderna, la del individuo singular (den Enkelte), capaz de mantener su independencia de la colectividad, de vivir críticamente pensando por sí mismo.

           El baile de Chanel revela nuestras contradicciones como herederos de dos siglos de pensamiento político caóticos y contradictorios. Y, al mismo tiempo, nos abre la posibilidad de darnos cuenta de la necesidad de pararnos a pensar, de criticar los valores que queremos aceptar y cuáles queremos rechazar, de construir nuestra vida conscientemente. El culo de Chanel nos despierta. Y no es para menos.