El periodismo y la literatura a veces son lo mismo. Lo que pasa es que la escritura periodística se curra a mil por hora y la literatura anda a su propio ritmo, sin prisas que la agobien, relajada. Por eso hay quien dice que el periodismo escribe retorciendo la gramática mientras la otra escritura tiene tiempo para sacarse un master antes de acabar el primer párrafo. Todo bobadas. Quien no pierde el tiempo mareando la perdiz de lo que sea es porque no quiere. Lo importante no es la gramática (no lo es del todo, quiero decir), sino contar bien y sin mentiras lo que se ha de contar. Y punto. Ya ven Baroja: ni gramática ni leches. Iba a su bola, enrollado en su bufanda, con la cara agria de antes de que la úlcera tuviera cura al descubrirse que no la provocaban los nervios sino una bacteria llamada Helicobacter pylori o algo así. Por cierto, que quien me metió el tubo por la gola hace miles de años para descubrírmela agazapada en las tripas fue mi querido Miguel Mínguez, hoy flamante conseller de Sanitat y entonces un joven médico siempre al lado de ese maestro de lo humano que era Adolfo Benages. Vaya mierda que se nos fuera tan pronto, ¿verdad Miguel? Nunca se ha ido de mi memoria, ¿sabes?: nunca.

El caso es que escribir para contar historias es un gozo. No sé por qué hay quien dice que escribir es sufrir. Ya saben: aquello del miedo escénico que se inventó Valdano para el fútbol, pero trasladado al folio en blanco. Pues si sufren tanto escribiendo, que se bajen a la mina. Cuánta tontería, dios, cuánta tontería. Todo lo que he escrito hasta esta línea se me ha ocurrido mientras leía el último libro de Emili Piera. Aquí tengo ‘Escriure a pessics’ y no he dejado de sentir, durante toda la lectura, lo que les decía antes sobre el sufrimiento escritorial. Ya sé que no existe esa palabra, pero me venía bien para ubicar el sufrimiento tonto y demostrar que a veces la gramática sólo sirve para estorbar lo que queremos contar. Lo que quiero decir es que siento entre sus líneas lo bien que se pasa escribiendo, aunque a veces nos pasemos días enteros hasta dar con la palabra justa, o con la frase que nos llevará a la inmortalidad literaria. O cuando escribimos sobre algo que nos llena de dolor o de tristeza. Por ejemplo, el día en que según cuenta el mismo Emili se descalabró de mala manera al bajar una escalera. Eso le pasó porque a pesar de haberlo leído todo, absolutamente todo lo escrito desde ‘El Lazarillo’ o ‘El Tirant’, igual se le olvidaron las instrucciones que da Cortázar, en su ‘Historias de cronopios y de famas’, para subir una escalera. Claro, igual me dice que él sabe subir una escalera como dios y no le hace falta Cortázar para nada: lo que no sabe es bajarla, y de eso no dice ni mu el escritor argentino: «No baixes mai una escala perdut en els teus pensaments. Baixar escales és un esport de risc». Ah, se me olvidó decirles que el libro, como su título indica, son como pellizcos literarios, como pedacitos de tiempo, de sitios, de gente, casi como un recorrido sentimental por el alma de ese tiempo, de esos sitios, de esa gente. Lo que se llama un dietario. Como el día a día de quien escribe. Como una confesión laica. Más o menos.

Los dietarios me dan miedo. Ese día a día en que la realidad y la ficción se juntan porque nadie puede asegurar -a veces ni quien los escribe- que lo que se cuenta sea real como se descubrió que era real la juguetona Helicobacter pylori hace muchos años. Pero da igual lo que haya de verdad o de inventado en este libro cuya gozosa lectura no da tregua. Te ríes y a ratos lloras, como en aquella hermosa canción de Bobby Solo cuando ganó el Festival de San Remo en 1965. Cómo no hacerte feliz la aparición de tanta gente amiga, de Moby Dick y algunas canciones de los Beatles, de esos sitios que viven escondidos en los mapas y de ahí los rescata el autor para decirte que esperan, cuando sea posible, tu visita. Y Camilo Sesto, y las patillas enamoradizas de Serrat, y ese Eugeni que tocaba la batería en un conjunto y bebía fanta de limón en plena ebullición de la Ruta del Bakalao…

El periodismo y la literatura son lo mismo para un tipo que deja en lo que hace una huella de sabiduría que siempre me dio una envidia insana, como han de ser las envidias verdaderas. Después de tantos años, sigue en la brecha de los dos oficios y no se cansa nunca, aunque a veces se descoyunte por confundir una escalera con la cinta pausada de un gimnasio. Escribir es ir dejando pedazos de uno mismo en lo que se escribe. Sin sufrir ni nada, sino todo lo contrario. Y eso lo hace como casi nadie Emili Piera. O como nadie. Así que pasen ustedes y lean, ¿vale? Pasen y lean.